miércoles, 31 de octubre de 2012

Cada día con Dios.Elena G. de White

QUE HACER CON LA DEPRESIÓN


"¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios." Sal. 43: 5.

En visiones de la noche yo estaba conversando con usted. Le estaba diciendo. . . "No ceda a la depresión; en cambio, dé la bienvenida en su corazón a la influencia del Espíritu Santo, que le dará consuelo y paz".

Estoy orando para que el Señor se le manifieste como un Consolador personal. Hay que mantener abiertos los ojos del alma para reconocer las grandes misericordias de nuestro Padre celestial. Jesús es una luz que brilla y resplandece. Permita que sus brillantes rayos iluminen su mente y su corazón. No se olvide de dar gracias. "El que sacrifica alabanza me honrará" "(Sal. 50: 23). Contémplelo y preséntele todas sus necesidades. ¿Hay algo demasiado difícil para el Señor? Es el gran Médico. Puede curar el alma y el cuerpo, y quiere que usted se aferre de él por fe. Comprende plenamente las necesidades que implica su caso. Es un pronto auxilio en las tribulaciones. Y le agrada que le manifestemos gratitud.

Cristo es la luz del mundo. "Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación" (Mal. 4: 2). Resplandezca la luz de su paz en su alma. Se preocupa tiernamente por usted, y debiera alabarlo con el corazón, el alma y la voz. Puede agradarlo manifestando un espíritu alegre. No permita que ni una sola nube de desánimo y desagrado oculte la luz de su presencia.

Al reconocer su luz usted va a vencer. Puede aumentar su fe al ejercitar su voz en alabanzas a Dios. Al corazón que lo reconoce, le promete: "Yo soy. . .la estrella resplandeciente de la mañana" (Apoc. 22: 16).

Si quiere obtener preciosas victorias, contemple la luz que difunde el Sol de justicia. Hable de esperanza, fe y gratitud a Dios. Sea alegre; tenga esperanza en Cristo. Edúquese para alabarlo. Este es el gran remedio para las enfermedades del alma y del cuerpo. "Porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío" (Sal. 42: 11; 43: 5) ( Carta 322 , del 23 de octubre de 1906, dirigida a la esposa de un obrero de Australia).

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