sábado, 6 de octubre de 2012

Elena G. de White Cada día con Dios

RECLAMEMOS EL CUMPLIMIENTO DE SU PROMESA


"Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias." Fil. 4: 6.

Tengo presente tu caso y me preocupa que estés afligida. Me gustaría consolarte si pudiera. ¿No ha sido Jesús, el precioso Salvador, un pronto auxilio para ti en tus tribulaciones? No contristes al Espíritu Santo; deja de quejarte. De esto has hablado mucho y muchas veces con otras personas. Consuélente las palabras de los que no están tan enfermos como tú, y que Dios te ayude, es mi oración.

Si fuera la voluntad del Señor que murieras, deberías creer que tienes el privilegio de entregar todo tu ser, es decir, tu cuerpo, tu alma y tu espíritu, en las manos de un Dios justo y misericordioso. El no te quiere condenar, como tú crees. Quiero que dejes de pensar que el Señor no te ama. Acepta sin reservas las misericordiosas provisiones que ha hecho. . .

No necesitas pensar que has hecho algo que haya inducido a Dios a tratarte con severidad. Yo sé bien como son las cosas. Cree sólo en su amor y confía en su promesa. . .

El quiere que tú creas y que pongas en práctica lo que crees. Cristo nos dio en su vida una ilustración del carácter amable que todos debiéramos poseer. . . Ni la sospecha ni la desconfianza debieran posesionarse de nuestra mente. Ningún temor, causado por la grandeza de Dios, debiera confundir nuestra fe. Quiera Dios ayudarnos a ser humildes y mansos.

Cristo depuso su atuendo real y su corona para relacionarse con la humanidad y demostrar que los seres humanos pueden llegar a ser perfectos. Ataviado con el manto de la misericordia vivió en este mundo una vida perfecta para darnos evidencias de su amor. Por causa de lo que ha hecho, la desconfianza en él debiera ser imposible. Desde su elevado puesto de comando en las cortes celestiales, descendió para asumir la naturaleza humana. Su vida es un ejemplo de lo que pueden ser nuestras vidas. Para que ningún temor causado por la grandeza de Dios borrara nuestra confianza en el amor del Señor, Cristo se convirtió en varón de dolores, experimentado en quebranto. El corazón humano, cuando se lo entregamos, se transforma en un arpa sagrada que difunde música santa ( Carta 365 , del 16 de septiembre de 1904, dirigida a Marian Davis, una de las correctoras de originales de Elena G. de White, que se encontraba muy enferma).

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