domingo, 18 de noviembre de 2012

Cada día con Dios.Elena G. de White

NO HAY TIEMPO PARA CONTIENDAS


"Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida." Rom. 5: 18.

En mucho del servicio que supuestamente se hace para el Señor, se manifiesta la emulación y la exaltación propia. Dios aborrece la hipocresía. Cuando los hombres y las mujeres reciben el bautismo del Espíritu Santo, confiesan sus pecados y se les concede perdón, que significa justificación. Pero la sabiduría de los seres humanos que no se han arrepentido, que no se han humillado, no es digna de confianza, porque son ciegos con respecto al significado de la justicia y la santificación que se obtienen por medio de la verdad. Cuando se despoje a los hombres de su justicia propia, verán su pobreza espiritual. Entonces se aproximarán a ese estado de bondad fraternal que pondrá de manifiesto que están en simpatía con Cristo. Podrán apreciar el carácter elevado de la obra de las misiones cristianas.

Muchos se satisfacen fácilmente ofreciendo al Señor insignificantes actos de servicio. Su cristianismo es débil. Cristo se dio a sí mismo por los pecadores. ¡De cuánta ansiedad de salvación por las almas nos debiéramos llenar cuando vemos a los seres humanos que perecen en el pecado! Esas almas han sido compradas por precio.

La muerte del Hijo de Dios en la cruz del Calvario indica cuál es su valor. Día tras día están decidiendo un asunto de vida o muerte, es a saber, si van a recibir la vida perdurable o la eterna destrucción. No obstante, los hombres y las mujeres que profesan servir al Señor, se conforman con ocupar su tiempo y su atención en asuntos de poca importancia. Se conforman con discrepar los unos con los otros. Si estuvieran consagrados a la obra del Maestro, no estarían discutiendo y contendiendo como si fueran una familia de chicos mal educados. Cada mano debiera estar dedicada al servicio. Cada cual debiera estar ocupando su puesto, para trabajar con alma y vida como misioneros de la cruz de Cristo. El espíritu de Jesús moraría en el corazón de los obreros, y se llevarían a cabo obras de justicia. Los obreros entremezclarían con su servicio la simpatía y las oraciones de una iglesia reavivada. Recibirían sus órdenes de Cristo, y no tendrían tiempo para contiendas y discusiones ( Carta 173 , del 13 de noviembre de 1902, dirigida a los que están reunidos en el Concilio en Battle Creek).

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