martes, 27 de noviembre de 2012

Cada día con Dios.Elena G. de White

LA ESCUELA DE AQUÍ Y LA DEL MAS ALLÁ


"Crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio." Heb. 6: 6.

Cada cual debe atender la invitación: "Venid a mí. . . y yo os haré descansar" (Mat. 11: 28). . . El Señor Jesús ha pagado su inscripción. Todo lo que tiene que hacer es aprender de él. La cortesía cristiana que se estila en la escuela superior debe ser puesta en práctica en esta escuela inferior, tanto por los ancianos como por los jóvenes.

Todos los que aprenden en la escuela de Cristo están siendo enseñados por agentes celestiales, y nunca deben olvidar que son un espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. Tienen que representar a Cristo. Deben ayudarse mutuamente para ser dignos de admisión en la escuela superior. Tienen que ayudarse a ser puros y nobles, y a tener una idea correcta de lo que significa ser hijos de Dios. Tienen que pronunciar palabras de ánimo. Tienen que levantar las manos cansadas y fortalecer las rodillas vacilantes. En todo corazón deben inscribirse estas palabras como por medio de un diamante: "A nada temo, salvo no saber en qué consiste mi deber, o dejar de hacerlo". Vivimos en una época cuando debiéramos buscar al Señor fervorosamente. . .

Los seres humanos podemos crucificar de nuevo al Señor de muchas maneras, y someterlo a oprobio. El culto de los negocios mundanos confunde de tal modo la mente que Satanás se introduce subrepticiamente y logra penetrar en ella en forma insidiosa. Dispone de muchas teorías para desviar a los que están predispuestos. Los conceptos erróneos acerca de Dios que sostiene el mundo son escepticismo disfrazado, y le preparan el camino al ateísmo. Muchos a menudo hieren el corazón de Cristo mediante sus palabras apresuradas y sus acciones egoístas. De ese modo Satanás trabaja sin descanso para inducirlos a la deslealtad. Cuando logra dominar las mentes, causa en ellas impresiones duraderas. Y las realidades eternas se desvanecen.

El dominio propio, las palabras de amor y ternura, honran al Salvador. Los que pronuncian palabras bondadosas y amables, palabras pacificadoras, serán ricamente recompensados. Somos los ministros designados por Cristo, y debemos permitir que su Espíritu resplandezca mediante la mansedumbre y la humildad que hemos aprendido de él ( Carta 257 , del 26 de noviembre de 1903, dirigida al Dr. J. H. Kellogg).

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