lunes, 26 de noviembre de 2012

Cada día con Dios.Elena G. de White



APRESUREMOS LA VENIDA DE JESÚS



"Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios!" 2 Ped. 3: 11, 12.

Me encontraba en Inglaterra en ocasión del jubileo de la reina. Su figura aparecía en todas las ventanas, impresa en papel, sobre vidrio, y en toda suerte de cosas. Se hizo todo lo posible para que estuviera presente en la memoria y los pensamientos del pueblo. ¡Qué desfiles! Se gastaron en esa ocasión miles y miles de dólares. La gente pagaba cantidad de dólares para lograr un lugar en una ventana con el propósito de ver el desfile. Se pagaban 200 ó 300 dólares por un lugar junto a una ventana para ver a la reina. (Nota: *El jubileo de la Reina Victoria se celebró en 1887.)

Yo me encontraba en Londres cuando se manifestó todo este despliegue de entusiasmo. Me entristeció. . . Tenían derecho a hacerlo, pero pensé: "Aquí estamos esperando que el Señor venga en las nubes de los cielos. ¿Lo recordamos? Si realmente creemos en Jesús, y en su venida, si estamos morando en Cristo, no nos quejaremos por cada pequeña cruz que tengamos que llevar. Pensaremos en lo que Cristo, nuestro Salvador, ha hecho por nosotros. Al contemplar la cruz del Calvario, las pequeñas ofensas que se nos han inferido, desaparecerán. ¿Por qué, como cristianos, no exaltamos al Hombre del Calvario? Cristo depuso su manto de gloria y se hizo pobre por nosotros. Era rico, pero se hizo pobre para que por su pobreza fuéramos enriquecidos".

Este sacrificio no nos valdrá de nada a menos que nos aferremos de Cristo por la fe. Por nosotros mismos no somos justos en absoluto. Todas las profecías indican que el fin de todas las cosas está cerca. Pongamos nuestros corazones en armonía con Dios. . .

Hay vida más allá. La eternidad existe. Es una vida de felicidad. La muerte no puede entrar allá. No habrá miasmas contaminantes allá. No habrá ni enfermedad, ni dolor ni pesar. ¿No quisieran estar allá? Las calles están pavimentadas con oro y podrán ver al Rey en su hermosura. Yo quiero estar allá. Quiero ver al Rey en su majestad. No induzcamos a la gente a creer que pueden ir allá llevando sus pecados. Sus caracteres tienen que cambiar aquí. Tenemos que aprender a entonar los himnos de la redención aquí si alguna vez los hemos de entonar en el cielo. Entonemos alabanzas a la bondad de Dios. Hablemos de su poder (Sermón, Manuscrito 20 , del 25 de noviembre de 1888).

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