jueves, 14 de marzo de 2013

Nuestra Elevada Vocación.Elena G. de White

La plenitud del rescate de Cristo


Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a sí mismo, según el puro afecto de su voluntad. Efesios 1:4, 5.

En el concilio del cielo se hizo provisión para que los hombres, aunque fueran transgresores, no perecieran en su desobediencia, sino que, mediante la fe en Cristo como su sustituto y garantía, pudieran llegar a ser los elegidos de Dios. ... Dios quiere que todos los hombres se salven, porque se ha hecho una amplia provisión para pagar el rescate del hombre, mediante su Hijo unigénito. Aquellos que perezcan, perecerán porque rehusarán ser adoptados como hijos de Dios a través de Jesucristo. El orgullo del hombre le impide que acepte la provisión para la salvación. Pero el mérito humano no bastará para admitir un hombre a la presencia de Dios. Lo que hace aceptable a un hombre delante de Dios, es la gracia impartida de Cristo, a través de la fe en su nombre. No se puede colocar ninguna confianza en las obras, ni en los felices vuelos de los sentimientos, como evidencia de que los hombres han sido elegidos por Dios, porque los elegidos lo son a través de Cristo.


Jesús dice: “Y al que a mí viene, no le echo fuera”. Juan 6:37. Cuando el pecador arrepentido acude a Cristo, consciente de su culpa y de su indignidad, comprendiendo que merece el castigo, pero confiando en la misericordia y el amor de Cristo, él no lo echará afuera. Se le concede el amor perdonador de Dios, y de su corazón surge gozosa gratitud por la infinita comprensión y el amor de su Salvador. Esa provisión fué hecha para él en los concilios celestiales, antes de la fundación del mundo, y la comprensión de ello, y de que Cristo tuvo que cargar con la penalidad que merecía la transgresión del hombre, e imputarle a él su justicia, lo abruma de asombro.—The Signs of the Times, 2 de enero de 1893.


El Padre lleva nuestros pecados a un lugar donde ninguna otra cosa, sino su ojo, puede verlos, y así como ocultó su rostro de la inocencia de Cristo, también ocultará sus ojos de la culpa del pecador creyente, a causa de la justicia que le ha sido imputada. La justicia de Cristo, que nos es concedida, nos traerá las bendiciones más preciosas en esta vida, y derramará sobre nosotros vida eterna en el reino de Dios.—The Signs of the Times, 8 de diciembre de 1898.

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