jueves, 25 de abril de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

El sentimiento y la fe son diferentes


Porque por fe andamos, no por vista.
2 Corintios 5:7.


Cuando cumplimos con la palabra escrita, entonces debemos andar por fe. Deshonramos a Dios cuando dejamos de confiar en él, después que nos ha dado una evidencia tan admirable de su compasivo amor en el don de su Hijo. Debemos perseverar, contemplando a Jesús, ofreciéndole nuestras oraciones con fe, aferrándonos a su fortaleza. Si diéramos más expresión a nuestra fe, y nos regocijáramos más en las bendiciones que sabemos que poseemos, encontraríamos cada día gran gozo y fortaleza.


El sentimiento y la fe son tan distintos el uno del otro como lo es el este del oeste. La fe no depende de los sentimientos. Debiéramos dedicarnos diariamente a Dios, y creer que Cristo comprende y acepta el sacrificio, sin examinarnos a nosotros mismos, para ver si tenemos ese grado de sentimientos que pensamos que debe corresponder a nuestra fe. ¿No tenemos la seguridad de que nuestro Padre celestial está más dispuesto a dar su Espíritu Santo a aquellos que lo piden con fe que lo que los padres lo están para dar buenos dones a sus hijos? Debiéramos avanzar como si oyéramos la respuesta de Dios, de Aquel cuyas promesas nunca fallan, dada a la oración enviada a su trono. Cuando hagamos esto, las nieblas y las nubes serán disipadas, y pasaremos de las sombras de las tinieblas a la clara luz de su presencia.

Si educamos nuestras almas para que tengan más fe, más amor, mayor paciencia, una confianza más perfecta en nuestro Padre celestial, tendremos más paz y felicidad a medida que enfrentemos los conflictos de esta vida. El Señor no se agrada de que nos irritemos y preocupemos, lejos de los brazos de Jesús. El es la única fuente de toda gracia, el cumplimiento de cada promesa, la realización de toda bendición. ... Si no fuera por Jesús, nuestro peregrinaje realmente sería solitario. El nos dice: “No os dejaré huérfanos”. Juan 14:18. Apreciemos estas palabras, creamos en sus promesas, repitámoslas cada día y meditemos en ellas durante la noche, y seamos felices.—Manuscrito 75, 1893.

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