jueves, 22 de agosto de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

Cómo tratar con el enojo

Mejor es el que tarde se aíra que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad.
Proverbios 16:32.

¡Cómo se regocija Satanás cuando se le permite hacer que el alma se ponga al rojo blanco de enojo! Una mirada, un gesto, una entonación de la voz, pueden tomarse y utilizarse como una flecha de Satanás, para herir y envenenar el corazón que está abierto para recibirla.—The Signs of the Times, 21 de septiembre de 1888.

La persona que le da lugar al espíritu de enojo queda tan intoxicada como aquel que ha llevado el vaso a sus labios.—Manuscrito 6, 1893, pp. 4.

Cristo considera el enojo como el asesinato. ... Las palabras apasionadas tienen sabor de muerte para muerte. El que las pronuncia no está cooperando con Dios para salvar a sus semejantes. En el cielo esta conducta perversa se coloca en la misma lista con el lenguaje soez. Mientras el odio permanezca en el alma no habrá ni una partícula del amor de Dios en ella.—Carta 102, 1901, pp. 9, 10.
Cuando
 sentís que surge el enojo en vosotros, aferraos firmemente a Jesús por fe. No pronunciéis una palabra. El peligro está en pronunciar una sola palabra cuando estáis enojados, porque a eso seguirá una andanada de expresiones coléricas. ... Aquel que da lugar a la locura hablando palabras coléricas, da testimonio falso, porque nunca es justo. Exagera cada defecto que piensa que ve; está demasiado ciego e irrazonable para ser convencido de su locura. Transgrede los mandamientos de Dios, y su imaginación se pervierte por la inspiración de Satanás. No sabe lo que está haciendo. Ciego y sordo, permite que Satanás tome el timón y lo conduzca adonde le plazca. Entonces se abre la puerta a la avaricia, a la envidia y a conjeturas malignas, y la pobre víctima es arrastrada irremediablemente. ... Pero hay esperanza mientras pasan las horas del tiempo de prueba, mediante la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

“Procurad con diligencia que seáis hallados de él sin mácula, y sin reprensión, en paz”. 2 Pedro 3:14. Esta es la norma para alcanzar la cual cada cristiano debiera luchar, no en su habilidad natural, sino a través de la gracia que Jesucristo le ha concedido. Luchemos para dominar todo pecado, y para ser capaces de reprimir toda expresión impaciente e irritante.—Carta 38, 1893.

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