domingo, 22 de septiembre de 2013

Obligaciones de los Cónyuges

 Obligaciones de los Cónyuges
Las dos personas que unen su interés en la vida tendrán distintas características y responsabilidades individuales. Cada uno tendrá su trabajo, pero no se ha de valorar a las mujeres por el trabajo que puedan hacer como se estiman las bestias de carga. La esposa ha de agraciar el círculo familiar como esposa y compañera de un esposo sabio. A cada paso debe ella preguntarse: ¿Es ésta la norma de la verdadera femineidad?" y: "¿Cómo haré para que mi influencia sea como la de Cristo en mi hogar?" El marido debe dejar saber a su esposa que él aprecia su trabajo.

La esposa ha de respetar a su marido. El ha de amar y apreciarla a ella: y así como los une el voto matrimonial, su creencia en Cristo debe hacerlos uno en él. ¿Qué podría agradar más a Dios que el ver a los que contraen matrimonio procurar juntos aprender de Jesús y llegar a compenetrarse cada vez más de su Espíritu?

A menudo se pregunta: "¿Debe una esposa no tener voluntad propia?" La Biblia dice claramente que el esposo es el jefe de la familia. "Casadas, estad sujetas a vuestros maridos". Si la orden terminase así, podríamos decir que nada de envidiable tiene la posición de la esposa; es muy dura y penosa en muchos casos, y sería mejor que se realizasen menos casamientos. Muchos maridos no leen más allá que "estad sujetas", pero debemos leer la conclusión de la orden, que es: "Como conviene en el Señor".

Debemos tener el Espíritu de Dios, o no podremos tener armonía en el hogar. Si la esposa tiene el espíritu de Cristo, será cuidadosa en lo que respecta a sus palabras; dominará su genio, será sumisa y sin embargo no se considerará esclava, sino compañera de su esposo. Si éste es siervo de Dios, no se enseñoreará de ella; no será arbitrario ni exigente. No podemos estimar en demasía los afectos del hogar; porque si el Espíritu del Señor mora allí, el hogar es un símbolo del cielo. Si uno yerra, el otro ejercerá tolerancia cristiana y no se retraerá con frialdad.

Ni el marido ni la mujer deben pensar en ejercer gobierno arbitrario uno sobre otro. No intentéis imponer vuestros deseos uno a otro. No podéis hacer esto y conservar el amor mutuo. Sed bondadosos, pacientes, indulgentes, considerados y corteses. Mediante la gracia de Dios podéis haceros felices el uno al otro, tal como lo prometisteis al casaros.

A veces en la vida matrimonial hombres y mujeres obran como niños indisciplinados y perversos. El marido quiere salir con la suya y ella quiere que se haga su voluntad, y ni uno ni otro quiere ceder. Una situación tal no puede sino producir la mayor desdicha. Ambos debieran estar dispuestos a renunciar a su voluntad u opinión. No pueden ser felices mientras ambos persisten en obrar como les agrade.

A menos que hombres y mujeres hayan aprendido de Cristo a ser mansos y humildes, revelarán el espíritu impulsivo e irracional que tan a menudo se ve en los niños. Los fuertes e indisciplinados procurarán gobernar. Los tales necesitan estudiar las palabras de Pablo: "Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando fui hombre hecho, dejé lo que era de niño".

Si se cumple la voluntad de Dios, ambos esposos se respetarán mutuamente y cultivarán el amor y la confianza. Cualquier cosa que habría de destruir la paz y la unidad de la familia debe reprimirse con firmeza, y debe fomentarse la bondad y el amor. El que manifieste un espíritu de ternura, tolerancia y cariño notará que se le recíproca con el mismo espíritu. Donde reina el Espíritu de Dios, no se hablará de incompatibilidad en la relación matrimonial. Si de veras se forma en nosotros Cristo, esperanza de gloria, habrá unión y amor en el hogar. El Cristo que more en el corazón de la esposa concordará con el Cristo que habite en el marido. Se esforzarán juntos por llegar a las mansiones que Cristo fue a preparar para los que le aman

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