miércoles, 27 de noviembre de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

Tiempo de ser ciego y sordo

¿Quién ciego, sino mi siervo? ¿quién sordo, como mi mensajero que envié? ¿quién ciego como el perfecto, y ciego como el siervo de Jehová, que ve muchas cosas y no advierte, que abre los oídos y no oye?
Isaías 42:19, 20.

¿Qué clase de ceguera es ésta? Es una ceguera que no permitirá que nuestros ojos contemplen el mal. No permitirá que nuestra vista se pose en la iniquidad. No se aferrará a las cosas visibles perdiendo a la eternidad de su radio de acción. ... Queremos ver bien, queremos ver como Dios ve; porque Satanás está constantemente procurando convertir las cosas que contemplan nuestros ojos para que podamos ver a través de su medio. ...

El siervo del Dios vivo ve con algún propósito. Los ojos y los oídos están santificados, y aquellos que cierran sus ojos y sus oídos al mal serán transformados. Pero si escuchan a aquellos que procuran guiar sus pensamientos lejos de Dios y de sus intereses eternos, entonces todos los sentidos se pervierten por lo que sus ojos contemplan. Jesús dijo: “Si tu ojo fuere sincero, todo tu cuerpo será luminoso: mas si tu ojo fuere malo, todo tu cuerpo será tenebroso”. Mateo 6:22, 23.

Los resultados serán muy diferentes según sea lo que le demos a nuestras mentes y almas para alimentarse. Podemos dejar que nuestras mentes se espacien en la ficción y la fantasía, y ¿qué hará esto por nosotros? Arruinará nuestro cuerpo y nuestra alma. ... Queremos tener ese poder que nos capacita para cerrar los ojos a las escenas que no son elevadoras, que no ennoblecen, que no nos purificarán y refinarán; y para mantener nuestros oídos cerrados a todo lo que está prohibido en la Palabra de Dios. El nos prohibe imaginarnos el mal, hablar el mal, y aun pensar el mal. ...  
Veo en Jesús todo lo que es hermoso, todo lo que es santo, todo lo que es elevador y puro. Entonces, ¿por qué he de querer abrir mis ojos para ver todo lo que es desagradable? Por la contemplación somos transformados. Contemplemos a Jesús y consideremos la hermosura de su carácter, y contemplándolo seremos transformados a su semejanza.—Manuscrito 17, 1894.

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