martes, 10 de diciembre de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

El vestido puro de la justicia de Cristo

Yo te amonesto que de mí compres oro afinado en fuego, para que seas hecho rico, y seas vestido de vestiduras blancas, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.
Apocalipsis 3:18.

El gran Redentor se presenta como un mercader celestial cargado de riquezas, que llama de casa en casa para presentar su mercadería preciosa.—The Review and Herald, 23 de julio de 1889.

Debemos hacer que los compradores y los vendedores se alejen del templo del alma, para que Jesús haga su morada dentro de nosotros. Ahora está a la puerta del corazón como mercader celestial. El dice: ... “Abridme; comprad de mí las mercaderías celestiales; comprad de mí el oro probado en fuego”. Comprad fe y amor, los atributos preciosos y hermosos de nuestro Redentor. ... El nos invita a comprar el vestido blanco, el cual es su gloriosa justicia; y el colirio, para que podamos discernir las cosas espirituales. Oh, ¿no abriremos la puerta del corazón a este visitante celestial?—BE, 15 de enero de 1892.

No podemos proporcionarnos nosotros mismos un vestido de justicia, porque el profeta dice: “Toda nuestra justicia es como trapo de inmundicia”. Isaías 64:6. No hay nada en nosotros con lo que podamos vestir el alma para que no aparezca su desnudez. Debemos recibir el vestido de justicia tejido en el telar del cielo, el ropaje inmaculado de la justicia de Cristo.—The Review and Herald, 19 de julio de 1892.

El ojo es la conciencia sensible, la luz interior de la mente. La salud espiritual de toda el alma y el ser depende de su consideración correcta de las cosas. El “colirio”, la Palabra de Dios, aviva la conciencia bajo su aplicación, porque convence de pecado. Pero el avivamiento es necesario para que siga la curación, y el ojo sea puro para captar la gloria de Dios. ... Cristo dice: podéis comprar el oro, el vestido, y el colirio para que veáis, renunciando a vuestra suficiencia propia, deponiendo todas las cosas, no importa cuanto las apreciéis.—The Review and Herald, 23 de noviembre de 1897.
El Salvador viene con joyas de verdad del valor más elevado que se distinguen claramente de todas las falsificaciones, de todo lo que es espurio. El va a cada casa, a cada puerta; está golpeando, presentando su tesoro inapreciable, y urgiendo: “Compradme”.—Carta 66, 1894.

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