martes, 17 de diciembre de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

Fuera de la boca del león

Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas al alma no pueden matar: temed antes a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.
Mateo 10:28.

Daniel es un ejemplo para los creyentes acerca de lo que significa confesar a Cristo. El ocupaba la posición de responsabilidad de primer ministro en el reino de Babilonia, y había quienes sentían envidia de Daniel entre los grandes de la corte, y quienes esperaban encontrar algo contra él para poder acusarlo al rey. Pero él era un fiel estadista, y ellos no pudieron encontrar ninguna tacha en su carácter o en su vida, de modo que decidieron pedir al rey que diera un decreto por el cual se prohibía a todos pedir algo a cualquier dios u hombre que no fuera el rey, durante treinta días, y si alguien desobedecía este decreto, debía ser arrojado al foso de los leones.

Pero, ¿cesó de orar Daniel cuando este decreto entró en vigencia? No, ése era justamente el tiempo cuando necesitaba orar. ... Daniel no procuró ocultar su lealtad a Dios. No oró en su corazón, sino con su voz, en voz alta, con su ventana abierta hacia Jerusalén ofreció su petición al cielo. Después sus enemigos se quejaron ante el rey, y Daniel fué arrojado al foso de los leones. Pero ahí estaba el Hijo de Dios. ... Cuando el rey vino a la mañana siguiente y llamó: “Daniel, siervo del Dios viviente, el Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves ¿te ha podido librar de los leones? Entonces habló Daniel con el rey: Oh rey, para siempre vive. El Dios mío envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones para que no me hiciesen mal”. Daniel 6:20-22.
Podemos saber que si nuestra vida está oculta con Cristo en Dios, cuando entremos en la prueba a causa de nuestra fe, Jesús estará con nosotros. Cuando se nos lleve delante de los dirigentes y los dignatarios para dar razón de nuestra fe, el Espíritu del Señor iluminará nuestro entendimiento y seremos capaces de dar testimonio para la gloria de Dios. Y si somos llamados a sufrir por Cristo, seremos capaces de ir a la prisión confiando en él como un niñito confía en sus padres. Ahora es el momento de cultivar la fe en Dios.—The Review and Herald, 3 de mayo de 1892.

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