lunes, 9 de diciembre de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

En el tiempo de prueba

Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta las mil generaciones.
Deuteronomio 7:9.

¿Dónde estaremos antes de que terminen las mil generaciones mencionadas en este texto? Nuestro destino estará decidido para la eternidad. Habremos sido encontrados dignos de un hogar en el reino eterno de Dios, o habremos recibido la sentencia de la muerte eterna.—The Review and Herald, 4 de agosto de 1904.

Dios está probando a su pueblo para ver quién es leal a los principios de su verdad. Nuestra obra consiste en proclamar al mundo el mensaje del primer, segundo y tercer ángeles. En el cumplimiento de nuestro deber no debemos despreciar ni temer a nuestros enemigos. ...

El verdadero día de reposo debe ser la señal que distinga a aquellos que sirven a Dios de aquellos que no le sirven. Que despierten aquellos que se han tornado indiferentes y soñolientos. Se nos pide que seamos santos, y debemos evitar cuidadosamente causar la impresión de que consideramos de poca importancia si retenemos o no las características peculiares de nuestra fe. Sobre nosotros descansa la solemne obligación de adoptar una decisión más definida por la verdad y la justicia que la que hemos tenido en el pasado. La línea de demarcación entre los que guardan los mandamientos de Dios y entre los que no los guardan, debe manifestarse con inequívoca claridad. Debemos honrar a Dios a conciencia, y utilizar diligentemente cada medio para conservar nuestra alianza con él para que podamos recibir sus bendiciones—las bendiciones que son tan esenciales para un pueblo que ha de ser probado tan severamente. Causar la impresión de que nuestra fe, nuestra religión no es un poder dominante en nuestras vidas, es deshonrar grandemente a Dios. Así nos alejamos de sus mandamientos, que son nuestra vida Ibid.

Confiando en Dios debemos adelantar firmemente, debemos realizar su obra sin egoísmos, dependiendo humildemente de él, colocándonos nosotros mismos y nuestro presente y futuro bajo su sabia providencia, manteniendo el principio de nuestra confianza firme hasta el fin, recordando que no recibimos las bendiciones del cielo a causa de nuestra propia dignidad, sino por los méritos de Cristo, y nuestra aceptación, a través de la fe en él, de la abundante gracia de Dios.—Ibid.

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