martes, 18 de marzo de 2014

SER SEMEJANTE A JESÚS.

Toda persona tiene un don y es responsable por ese don

Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría.
Eclesiastés 9:10.

La parábola de los talentos debería ser materia de estudio y oración más cuidadosos, porque tiene una aplicación para cada hombre, mujer y niño que posean la capacidad de razonamiento. La obligación y responsabilidad están en proporción a los talentos que Dios concede a cada uno. No hay un solo seguidor de Cristo que no tenga un don peculiar para usar y del cual es responsable ante Dios.

Muchos han presentado excusas por no cumplir su servicio a Cristo diciendo que otros tienen mayores dones o ventajas que ellos. Ha prevalecido la opinión de que sólo los que tienen talentos especiales deben santificar sus capacidades para el servicio de Dios. Se ha llegado a entender que los dones se dan sólo a unos que son favorecidos con exclusión de otros, quienes, por supuesto, no son llamados a compartir las penurias o las recompensas.

Pero en la parábola el asunto no se presenta de ese modo. Cuando el señor de la casa llamó a sus siervos, dio a cada uno su obra. Toda la familia de Dios está incluida en la responsabilidad de usar los bienes de su Señor. Toda persona, desde la más insignificante y desconocida hasta la más importante y exaltada, es un agente moral dotado con capacidades por las cuales tiene responsabilidades ante Dios. En grado mayor o menor, todos están a cargo de los talentos de su Señor. Las capacidades espirituales, mentales y físicas, la influencia, la posición, las posesiones, los afectos y las simpatías, todos son talentos preciosos para ser usados en la causa del Maestro para la salvación de las personas por quienes Cristo murió...

Dios requiere que cada uno sea un obrero en su viña. Usted ha de realizar la tarea que le fue asignado, y ha de hacerla con fidelidad. “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría”.—The Review and Herald, 1 de mayo de 1888. Recibiréis Poder, 220.

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