martes, 27 de mayo de 2014

SER SEMEJANTE A JESÚS.

Para entender mejor la palabra de Dios, ser obedientes

El corazón entendido busca la sabiduría; mas la boca de los necios se alimenta de necedades.
Proverbios 15:14.

Nadie puede investigar el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento en el Espíritu de Cristo sin ser recompensado. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados”, dice el Salvador, “y yo os haré descansar. Llevad mi yugo [de obediencia] sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga!” Mateo 11:28-30. Ante usted está la invitación del gran Maestro. ¿Responderá voluntariamente a ella? Usted no puede acercarse, colocándose como un estudiante a los pies de Cristo, sin que su mente se le ilumine y su corazón se avive con una admiración pura y santa. Entonces dirá: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. Mateo 23:39.

La desobediencia ha cerrado la puerta a una enorme cantidad de conocimientos que podrían haberse obtenido de la Palabra de Dios. Entendimiento significa obediencia a los mandamientos de Dios. Si los hombres y las mujeres hubieran sido obedientes, habrían comprendido el plan del gobierno de Dios. El mundo celestial habría abierto sus cámaras de gracia y de gloria para la exploración; los seres humanos habrían sido totalmente diferentes de lo que son ahora, en su estado físico, en el habla y en el canto, porque se habrían ennoblecido al explorar las minas de la verdad. El misterio de la redención, la encarnación de Cristo y su sacrificio expiatorio no habrían sido, como lo son ahora, asuntos vagos en nuestra mente. Habrían sido no sólo mejor comprendidos, sino también muchísimo más apreciados.

En la eternidad aprenderemos aquello que, de haber recibido la iluminación que fue posible obtener aquí, habría abierto nuestro entendimiento. Los temas de la redención llenarán el corazón, la mente y la lengua de los redimidos a través de las edades eternas. Entenderán las verdades que Cristo anheló abrir ante sus discípulos, pero que ellos no tenían fe para entender. Eternamente irán apareciendo nuevas visiones de la perfección y la gloria de Cristo.—The Review and Herald, 3 de julio de 1900.

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