sábado, 21 de junio de 2014

Revelar amor mientras se hace los negocios de Dios



Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable.
Eclesiastés 10:1

Me dirijo a mis hermanos y hermanas en la fe y los insto a cultivar la ternura de corazón. Cualquiera sea su profesión o cargo, si abrigan el egoísmo y la codicia, recibirán el desagrado del Señor. No conviertan la obra y la causa de Dios en una excusa para tratar mezquinamente y con egoísmo a la gente, ni en las transacciones comerciales que tiene que ver con su obra. Dios no aceptará ninguna suma que sea llevada a su tesorería ganada mediante transacciones egoístas.

Cada acto que se relaciona con su obra debe soportar la inspección divina. Cada transacción astuta, cada intento de obtener ventaja de una persona que se encuentra sometida a la presión de las circunstancias, cada plan para comprar su tierra o propiedad por una suma inferior a su valor, no serán aceptables a Dios, aunque el dinero ganado sea presentado como ofrenda para su causa. El precio de la sangre del Unigénito Hijo de Dios se ha pagado por cada ser humano, y es necesario que se trate honrada y equitativamente con cada persona con el fin de cumplir los principios de la ley de Dios...

Si un hermano que ha trabajado en forma desinteresada por la causa de Dios se debilita y no puede cumplir con su tarea, no se lo despida ni se lo obligue a componérselas lo mejor que pueda. Désele un salario adecuado para sostenerse, porque recuerden que pertenece a la familia de Dios, y que ustedes son sus hermanos y hermanas...—Consejos sobre Mayordomía Cristiana, 151, 152.

Se nos ordena que amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Esta orden no es sencillamente para que amemos a los que piensan y creen exactamente como pensamos y creemos nosotros. Cristo ilustró el significado de este mandamiento por medio de la parábola del buen samaritano. Pero aunque parezca mentira, cómo se descuidan estas palabras, y cuán frecuentemente la gente oprime a sus semejantes y eleva su alma a la vanidad.—The Review and Herald, 18 de diciembre de 1894.

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