domingo, 18 de enero de 2015

Resistan al diablo

Someteos, pues a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Santiago 4:7.
A Eva le pareció algo insignificante arrancar el fruto prohibido; éste era agradable a la vista y al paladar, y parecía deseable para alcanzar sabiduría. ¡Pero qué terribles fueron los resultados! No fue de poca importancia que ella perdiera su vinculación con Dios. Eso abrió las compuertas de la desventura para nuestro mundo. ¡Oh, cuánto mal puede acarrear un paso en falso! Nuestros ojos no deben fijarse en la tierra, sino elevarse al cielo. Debemos pasar por peligros y dificultades, avanzando con cada paso, obteniendo victorias en cada conflicto, superándonos más y más; el aire se vuelve más puro a medida que el alma se acerca al cielo. La tierra ya no tiene atracción. El paisaje celestial se presenta con claridad y belleza. El cristiano ve la corona, el manto blanco, el arpa, la palma de victoria; la inmortalidad está a su alcance. Entonces la tierra desaparece de la vista...
Aunque perdamos todo lo demás, debiéramos mantener la conciencia pura y sensible. Cuando se les pida que vayan donde haya el más pequeño peligro de ofender a Dios, de hacer lo que no puedan hacer con conciencia pura, no teman ni vacilen. Miren al tentador firmemente en el rostro y digan: “No; no pondré en peligro mi alma por ninguna atracción mundanal. Amo y temo a Dios. No me arriesgaré a deshonrarle o desobedecerle por las riquezas del mundo, el favor o el amor de una hueste de parientes mundanos. Amo a Jesús quien murió por mí. Me ha comprado con su sangre. Seré fiel a sus demandas y mi ejemplo nunca será un excusa para que alguien se aparte de la recta senda del deber. No seré siervo de Satanás y del pecado. Mi vida será tal como para que deje tras sí una brillante estela hacia el cielo”.
Una sola palabra en favor de Dios, tan sólo una firme y silenciosa resistencia salvará no solamente sus propias almas, sino también a centenares de otras...
Ha llegado el tiempo cuando cada alma debe mantenerse firme o caer, de acuerdo con sus propios méritos. Quizás aparezcan en nuestra mente unos pocos actos correctos, unos pocos buenos impulsos como una evidencia de rectitud, pero Dios requiere todo el corazón. No aceptará afectos divididos. Todo el ser debe serle dado o no recibirá la ofrenda.
Debemos aprender ahora las lecciones de fe si hemos de permanecer en pie en el tiempo de angustia que viene sobre todo el mundo para probar a los que moran en la tierra. Debemos tener el valor de los héroes y la fe de los mártires.—Carta 14, del 18 de enero de 1884, dirigida al “Hermano y la hermana Newton”, una familia de laicos.*

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