martes, 3 de febrero de 2015

No como yo quiero, sino como tú

Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Mateo 26:39.

Si la voluntad del Señor ha de llegar a ser la nuestra, necesitamos desde el mismo principio conocernos a nosotros mismos. Podemos trazar planes basados en nuestras ambiciones personales y en nuestros propósitos egoístas. El Señor conoce el fin desde el principio. Comprende la relación que todo hombre debiera tener con Dios y con su prójimo. El Señor puede ver que el trato de una persona con otras que tienen cierta disposición o carácter peculiares afectaría para mal a quienes se relacionaran con esa persona. Quizá no se halle entre quienes pueden razonar claramente de causa a efecto. Aquellos con los cuales se relacione podrían ser precisamente los que no le darían la ayuda que necesita.
El eslabonamiento de ciertos elementos puede producir resultados desfavorables. Es por eso que el hombre no puede confiar en su propio juicio. La experiencia lo convencerá de su error. El Señor dispone lo que será de mayor beneficio espiritual al alma que está en la balanza, lista para comenzar una nueva empresa que significa más de lo que ella misma anticipa. ¿Qué debiera hacer esa persona? Su única seguridad consiste en colocar a un lado sus preferencias y planes, diciendo: “No se haga como yo quiero, sino como tú”...
En los asuntos más pequeños tanto como en los más grandes, la primera gran pregunta es: ¿Cuál es la voluntad de Dios en este asunto?, pues su voluntad es mi voluntad. “El obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros”. 1 Samuel 15:22. ¿Quién podrá dañarlo si es seguidor de lo que es correcto? Dios puede requerir que un hombre realice una tarea y ocupe una posición que es particularmente penosa y agotadora. El Señor tiene una obra para esa persona, y al ocupar ese lugar él arriesga su vida, su vida eterna futura. Esta fue la posición que Cristo ocupó cuando vino a nuestro mundo, al entrar en conflicto con el jefe rebelde de los ángeles caídos. Dios trazó un plan y Cristo aceptó el encargo. Consintió en encontrarse a solas con el enemigo, como cada ser humano debe hacerlo. Se le proveyeron todos los poderes celestiales que podían ayudarle en este gran conflicto. Y si el hombre camina en el sendero de la voluntad de Dios será provisto del mismo poder protector. Las mismas inteligencias celestiales servirán a los que serán herederos de la salvación a fin de que puedan resultar vencedores en cada tentación, grande o pequeña, como Cristo venció. Pero cualquiera que se coloque en una posición de peligro por algún motivo que no sea el de la obediencia a la voluntad de Dios, caerá bajo el poder de la tentación.

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