martes, 10 de marzo de 2015

Haya este sentir


Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres. Filipenses 2:5-7.
Daniel era sólo un joven cuando fue llevado cautivo a Babilonia. Tenía aproximadamente 15 ó 16 años de edad, porque se lo llama muchacho, lo que significa que estaba en la adolescencia. ¿Por qué Daniel rehusó comer de la opípara mesa del rey? ¿Por qué rehusó aceptar el vino como su bebida, siendo que había sido puesto ante él por mandato del rey? Sabía que si bebía vino éste llegaría a gustarle y podría preferirlo al agua.
Daniel pudo haber argumentado que en la mesa real y ante el mandato del rey, no podía conducirse de otra manera. Pero él y sus compañeros tuvieron una reunión de consulta. Discutieron el asunto en forma exhaustiva tratando de ver en qué podrían mejorar sus facultades físicas y mentales mediante el uso del vino. Estudiaron este tema diligentemente, y llegaron a la conclusión de que el vino era una trampa. Estaban familiarizados con la historia de Nadab y Abiú, que conocían por los pergaminos. En aquellos hombres el consumo de vino había incrementado su gusto por esa bebida. Bebieron vino antes de realizar el servicio sagrado en el santuario, y sus sentidos se embotaron. No pudieron distinguir entre el fuego sagrado y el común. Con sus cerebros entorpecidos hicieron lo que el Señor había prohibido a los que servían en el oficio santo. A pesar de que Dios había ordenado expresamente que se usara solamente el fuego sagrado que él mismo había encendido y que nunca debía apagarse, ellos colocaron fuego común en sus incensarios...
Daniel y su compañeros amaban la verdad que había llegado hasta ellos a través de labios humanos, transmitida de generación a generación. La imagen de Dios estaba grabada en sus corazones.
Otro asunto que estos jóvenes cautivos tomaron en cuenta fue que el rey siempre pedía una bendición antes de sus comidas, y se dirigía a sus ídolos. Separaba una parte de sus alimentos y también una parte de su vino a fin de presentarlos a los ídolos a quienes adoraba. Esta porción, de acuerdo con la instrucción religiosa que habían recibido, consagraba la totalidad al dios pagano. Daniel y sus tres compañeros consideraron que sería deshonrar al Dios del cielo sentarse a la mesa donde se practicaba tal idolatría. Estos cuatro muchachos decidieron que no podrían sentarse a la mesa del rey para comer el alimento colocado allí o para participar del vino, todo lo cual había sido dedicado a un ídolo... No hubo presunción en estos jóvenes, sino un firme amor por la verdad y la justicia. No es que hubieran elegido ser peculiares, sino que debieron serlo, ya que de lo contrario habrían corrompido sus hábitos en las cortes de Babilonia.—Manuscrito 122, del 10 de marzo de 1897, “Daniel”.*

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