martes, 14 de abril de 2015

El libro de texto de la naturaleza


En el estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Juan 1:4.
Hace algunos años, mientras remábamos con mi esposo en el lago Goguac [Míchigan, EE. UU.], vimos un hermoso lirio. Le pedí que lo arrancara con un tallo tan largo como fuera posible y me lo alcanzara. Lo hizo así, y yo lo examiné. En el tallo había un canal a través del cual fluía el nutrimento adecuado para el desarrollo del lirio. Tomaba ese nutrimento, rechazando la vileza de la cual estaba rodeado. Tenía conexión con la arena que estaba muy por debajo de la superficie, y de ella extraía la sustancia que le permitía desarrollar... su hermosura.
Cristo dice: “Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos”. Mateo 6:28, 29. Ningún artista puede reproducir los hermosos tintes que Dios dio a las flores. “Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? Vers. 30.
La naturaleza es nuestro libro de texto. Cristo usó los objetos de la naturaleza para impresionar la verdad sobre las mentes de sus oyentes... “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos o qué vestiremos?... Pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”. Vers. 31-34.
Hagamos todo lo que podamos para mostrar a nuestros hijos que hay un cielo que ganar y un infierno que evitar. Enseñémosles a luchar por la vida eterna... Críen a sus hijos en la admonición del Señor, y los habrán hecho idóneos para trabajar en la iglesia, idóneos para ir a los campos misioneros, idóneos para brillar en las cortes del Señor.
Padres, no traten de seguir las modas siempre cambiantes de esta época degenerada. No vale la pena. En el día final Dios les preguntará: “¿Qué hicieron con mi rebaño, mi hermoso rebaño?” ¿Cómo le contestarán si traicionaron su cometido? Por amor de Cristo, les ruego que protejan a sus hijos. No sean regañones o atropellados. Háganlos pensar en cosas felices...
Esfuércense con todo el poder que Dios les ha dado para ganar la corona de la vida eterna, a fin de que puedan arrojarla a los pies del Redentor y, pulsando el arpa de oro, llenen todo el cielo con hermosa música.—Manuscrito 31, del 14 de abril de 1901, “La vida cristiana”.*

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