Joyas de los Testimonios 3
La
gran crisis está por sobrecogernos. Para hacer frente a sus pruebas y
tentaciones, para cumplir sus deberes, se necesitará una fe
perseverante. Pero podemos triunfar gloriosamente; nadie que vele, ore y
crea será entrampado por el enemigo.
En
el tiempo de prueba que nos espera, Dios pondrá garantía de seguridad
sobre todos aquellos que hayan guardado la palabra de su paciencia.
Cristo dirá a sus fieles: “Anda, pueblo mío, éntrate en tus aposentos,
cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en
tanto que pasa la ira.” Isaías 26:20.
El León de Judá, tan temible para los que rechazan su gracia, será el
Cordero de Dios para los obedientes y fieles. La columna de nube que
significa ira y terror para el transgresor de la ley de Dios, será luz,
misericordia y liberación para los que hayan guardado sus mandamientos.
El fuerte brazo que hiera a los rebeldes, será fuerte para librar a los
leales. Cada fiel será ciertamente recogido. “Y enviará sus ángeles con
gran voz de trompeta, y juntarán sus escogidos de los cuatro vientos, de
un cabo del cielo hasta el otro.”
Hermanos,
vosotros a quienes han sido reveladas las verdades de la Palabra de
Dios, ¿qué papel desempeñaréis en las escenas finales de la historia de
este mundo? ¿Comprendéis estas solemnes realidades? ¿Os percatáis de la
gran obra de preparación que se está realizando en el cielo y en la
tierra? Presten atención a las cosas que están escritas en las profecías
todos los que han recibido la luz y que han tenido oportunidad de
leerlas y oírlas; “porque el tiempo está cerca.” Nadie juegue ahora con
el pecado, fuente de toda desgracia en nuestro mundo. Nadie permanezca
ya en letargo y en el estupor de la
indiferencia, ni deje que el destino de su alma dependa de una
incertidumbre. Aseguraos de que estáis plenamente de parte del Señor.
Preguntaos con corazones sinceros y labios temblorosos: “¿Quién podrá
subsistir?” En estas últimas preciosas horas del tiempo de gracia,
¿habéis estado colocando el mejor material posible en el edificio de
vuestro carácter? ¿Habéis estado purificando vuestras almas de toda
mancha? ¿Habéis seguido la luz? ¿Habéis hecho obras correspondientes a
vuestra profesión de fe?
¿Obra
en vosotros la gracia enternecedora y subyugadora de Dios? ¿Tenéis un
corazón que pueda sentir, ojos que puedan ver, oídos que puedan oír?
¿Habrá sido vano lo que la verdad eterna declara concerniente a las
naciones de la tierra? Se hallan bajo la condenación, preparándose para
los juicios de Dios; y en este día, cargado de resultados eternos, el
pueblo escogido para ser el depositario de una verdad trascendental
debiera permanecer en Cristo. ¿Dejáis que vuestra luz brille para
iluminar a las naciones que perecen en sus pecados? ¿Comprendéis que
estáis defendiendo los mandamientos de Dios delante de aquellos que los
pisotean?
Es
posible ser un creyente parcial y formalista, y sin embargo ser hallado
falto y perder la vida eterna. Es posible practicar algunas de las
órdenes bíblicas y ser considerado como cristiano, y sin embargo perecer
por carecer de las cualidades esenciales para el carácter cristiano. Si
descuidáis o tratáis con indiferencia las amonestaciones que Dios ha
dado, si albergáis o excusáis el pecado, estáis sellando el destino de
vuestra alma. Seréis pesados en la balanza, y hallados faltos. Os serán
retirados para siempre la gracia, la paz y el perdón; Jesús habrá pasado
para nunca más estar al alcance de vuestras oraciones y súplicas.
Mientras dura la misericordia, mientras el Salvador sigue intercediendo,
hagamos una obra cabal para la eternidad.
El regreso de Cristo a nuestro mundo no se demorará mucho. Sea ésta la nota tónica de todo mensaje.
Es
necesario presentar a menudo a la gente la bienaventurada esperanza de
la segunda venida de Cristo con sus solemnes realidades. Esperar la
pronta aparición de nuestro Señor nos inducirá a considerar las cosas
terrenales como nada y vacías.
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Pronto
se ha de pelear la batalla de Armagedón. Aquel sobre cuya vestidura
está escrito el nombre Rey de reyes y Señor de señores, ha de encabezar
pronto los ejércitos del cielo.
No pueden ya decir los siervos del Señor, como el profeta Daniel: “El tiempo fijado era largo.” Daniel 10:1. Falta ahora muy poco tiempo para que los testigos de Dios hayan cumplido su obra de preparar el camino del Señor.
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Hemos
de poner a un lado nuestros planes estrechos y egoístas, recordando que
se nos ha encargado una obra de la mayor magnitud y de la más alta
importancia. Al hacer esta obra estamos pregonando los mensajes del
primer ángel, del segundo y del tercero, y preparando así la llegada de
aquel otro ángel del cielo que ha de iluminar la tierra con su gloria.
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El
día del Señor se está acercando furtivamente; pero los que se llaman
grandes y sabios no conocen las señales de la venida de Cristo y del fin
del mundo. Abunda la iniquidad y el amor de muchos se ha enfriado.
Miles
y millares, sí, millones y millones, hacen ahora su decisión para la
vida eterna o la muerte eterna. El hombre que está completamente
absorbido por su contaduría, el que halla placer ante la mesa de juego,
el que se deleita en satisfacer el apetito pervertido, el amador de
diversiones, los que frecuentan el teatro y el salón de baile, no tienen
en cuenta la eternidad. Toda la preocupación de su vida es: ¿Qué
comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos? No se hallan en la procesión que avanza hacia el cielo. Son conducidos por el gran apóstata, y con él serán destruídos.
A
menos que comprendamos la importancia de los momentos que están pasando
rápidamente a la eternidad, y nos preparemos para subsistir en el gran
día de Dios, seremos mayordomos infieles. El centinela debe saber qué
hora de la noche es. Todo está ahora revestido de una solemnidad que
deben comprender todos los que creen la verdad para este tiempo. Deben
actuar con referencia al día de Dios. Los juicios de Dios están por caer
sobre el mundo, y necesitamos prepararnos para aquel gran día.
Nuestro
tiempo es precioso. Nos quedan tan sólo muy pocos días de gracia en los
cuales prepararnos para la vida futura e inmortal. No tenemos tiempo
que gastar en movimientos desordenados. Debemos temer la costumbre de
leer superficialmente la Palabra de Dios.
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Es
tan cierto ahora como cuando Cristo se hallaba en la tierra que toda
penetración del Evangelio en el dominio del enemigo arrostra la fiera
oposición de sus vastos ejércitos. El conflicto que está por
sobrecogernos será el más terrible que se haya presenciado jamás. Pero
aunque Satanás se nos presente como guerrero poderoso y armado, su
derrota será completa, y perecerá con él todo aquel que se le una al
preferir la apostasía a la lealtad.
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El
Espíritu refrenador de Dios se está retirando ahora mismo del mundo.
Los huracanes, las tormentas, las tempestades, los incendios y las
inundaciones, los desastres por tierra y mar, se siguen en rápida
sucesión. La ciencia procura explicar todo esto. Menudean en derredor
nuestro las señales que nos dicen que se acerca el Hijo de Dios, pero
son atribuidas a cualquier causa menos la verdadera. Los hombres no
pueden discernir a los
ángeles que como centinelas refrenan los cuatro vientos para que no
soplen hasta que estén sellados los siervos de Dios; pero cuando Dios
ordene a sus ángeles que suelten los vientos, habrá una escena de
contienda que ninguna pluma puede describir.
A
los que son indiferentes en este tiempo, Cristo dirige esta
amonestación: “Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré
de mi boca.” Apocalipsis 3:16.
La figura empleada al decir que os vomitará de su boca, significa que
no puede ofrecer a Dios vuestras oraciones o vuestras expresiones de
amor. No puede apoyar vuestras enseñanzas de su Palabra ni vuestra obra
espiritual. No puede presentar vuestros ejercicios religiosos con la
petición de que se os conceda gracia.
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Si
pudiese descorrerse el telón, y pudieseis discernir los propósitos de
Dios y los juicios que están por caer sobre un mundo condenado, si
pudieseis ver vuestra propia actitud, temeríais y temblaríais por
vuestras propias almas y por las almas de vuestros semejantes. Haríais
ascender al cielo fervientes oraciones con corazón angustiado.
Lloraríais entre el pórtico y el altar, confesando vuestra ceguera
espiritual y apostasía.