lunes, 1 de junio de 2020

DEVOCIONAL RECIBIRÉIS PODER "Separados del espíritu", 31 de mayo


El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. Apocalipsis 22:11. Cuando culmine la proclamación del mensaje del tercer ángel, la misericordia divina no intercederá más por los habitantes culpables de la tierra. El pueblo de Dios habrá cumplido su obra; habrá recibido “la lluvia tardía”, el “refrigerio de la presencia del Señor” (Hechos 3:19), y estará preparado para la hora de prueba que le espera. Los ángeles se apresuran, van y vienen de acá para allá en el cielo. Un ángel que regresa de la tierra anuncia que su obra está terminada; el mundo ha sido sometido a la prueba final, y todos los que han resultado fieles a los preceptos divinos han recibido “el sello del Dios vivo” Apocalipsis 7:2. Entonces Jesús dejará de interceder en el santuario celestial. Levantará sus manos y con gran voz dirá “Hecho es”, y todas las huestes de los ángeles depositarán sus coronas mientras él anuncia en tono solemne:“¡El que es injusto, sea injusto aún; y el que es justo, sea justo aún; y el que es santo, sea aún santo”. Apocalipsis 22:11 (VM). Cada caso ha sido fallado para vida o para muerte. Cristo ha hecho propiciación por su pueblo y borrado sus pecados. El número de sus súbditos está completo; “el reino, y el señorío y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo” (Daniel 7:27), van a ser dados a los herederos de la salvación, y Jesús va a reinar como Rey de reyes y Señor de señores. Cuando él abandone el santuario, las tinieblas envolverán a los habitantes de la tierra. Durante ese tiempo terrible, los justos deben vivir sin intercesor a la vista del Dios santo. Nada refrena ya a los malos y Satanás domina por completo a los impenitentes empedernidos. La paciencia de Dios ha concluido. El mundo ha rechazado su misericordia, despreciado su amor y pisoteado su ley. Los impíos han dejado concluir su tiempo de gracia; el Espíritu de Dios, al que se opusieron obstinadamente, acabó por apartarse de ellos.—El gran conflicto, 671, 672.

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