Hay
muchos hombres de buen intelecto, entendidos en cuanto a las Escrituras, cuya
utilidad está grandemente estorbada por su deficiente modo de trabajar. Algunos
de los que se dedican a la obra de salvar almas, no obtienen los mejores
resultados porque no efectúan de una manera cabal la obra que empezaron con
mucho entusiasmo. Otros se aferran tenazmente a nociones preconcebidas, dándoles
preeminencia, por lo cual no adaptan su enseñanza a las necesidades reales de la
gente. Muchos no se dan cuenta de la necesidad de adaptarse a las
circunstancias, y encontrar a la gente donde está. No se identifican con
aquellos a quienes quieren ayudar a alcanzar la norma bíblica del cristianismo.
Algunos carecen de éxito porque confían únicamente en la fuerza de los
argumentos, y no claman fervorosamente a Dios para que su sabiduría los dirija y
su gracia santifique sus esfuerzos.
Los predicadores deben tener cuidado
de no esperar demasiado de los que están andando a tientas en las tinieblas del
error. Deben hacer bien su obra, confiando en que Dios impartirá a las mentes
indagadoras la influencia misteriosa y vivificadora de su Espíritu Santo,
sabiendo que sin esto sus labores no tendrán éxito. Deben ser pacientes y sabios
para tratar con las mentes, recordando cuán múltiples son las circunstancias que
han desarrollado tales rasgos diferentes en los individuos. Deben vigilarse
constantemente para que el yo no obtenga la supremacía, y Jesús sea dejado
afuera.
Algunos ministros carecen de éxito porque no dedican un interés
indiviso a la obra, cuando mucho depende de la labor perseverante y bien
dirigida. No son verdaderos obreros; no prosiguen su obra fuera del púlpito.
Rehuyen el deber de ir de casa en casa y trabajar prudentemente en el círculo
familiar. Necesitan cultivar aquella rara cortesía cristiana que los haría
bondadosos y considerados hacia las almas encargadas a su cuidado, trabajando
por ellas con verdadero fervor y fe, enseñándoles el camino de la vida.
Hay en el ministerio hombres que obtienen un éxito aparente dominando
las mentes por la influencia humana. Juegan a voluntad con los sentimientos,
haciendo llorar a sus oyentes, y haciéndolos reír a los pocos minutos. Bajo
labores de esta clase muchos son movidos por el impulso a profesar a Cristo, y
se cree que se produce un maravilloso reavivamiento; pero cuando viene la
prueba, la obra no perdura. Los sentimientos están excitados, y muchos son
llevados por la marea que parece dirigirse hacia el cielo; pero la fuerte
corriente de la tentación no tarda en hacerlos volver atrás como resaca. El
obrero se engaña a sí mismo, y lleva a sus oyentes por camino errado.
Los ministros deben guardarse para no estorbar los propósitos de Dios
con planes propios. Muchos corren el peligro de limitar la obra de Dios, y
confinar su labor a ciertas localidades, y de no cultivar un interés especial
para la causa en todos sus varios departamentos.
Hay algunos que
concentran su atención en un tema, a exclusión de otros que pueden tener igual
importancia. Son hombres de una sola idea. Toda la fuerza de su ser se concentra
en el tema en que la mente se ejercita por el momento. Este tema favorito es el
centro de sus pensamientos y conversaciones. Pierden de vista toda otra
consideración. Se apropian ávidamente de todas las pruebas referentes a ese
tema, y se espacian tanto en ellas que las mentes se cansan al tratar de
seguirlos.
Algunos ministros cometen el error de suponer que el éxito
depende de atraer una gran congregación por la ostentación externa, y de dar
luego el mensaje de verdad de una manera teatral. Pero esto es emplear fuego
común en vez del fuego sagrado encendido por Dios mismo. El Señor no queda
glorificado por esta manera de trabajar. No es por avisos alarmantes y costosa
ostentación como ha de llevarse a cabo su obra, sino usando métodos semejantes a
los de Cristo. "No con ejército ni con fuerza, sino con mi espíritu, ha dicho
Jehová de los ejércitos." "No con ejército ni con fuerza, sino con mi espíritu,
ha dicho Jehová de los ejércitos." Zac. 4: 6. Es la verdad
desnuda la que, como espada aguda de dos filos que corta de ambos lados, ha de
despertar a la vida espiritual a los que están muertos en delitos y pecados. Los
hombres reconocerán el Evangelio cuando les sea presentado de una manera que
armonice con el propósito de Dios. 398 (Nota: Zac. 4: 6