La obediencia tiene recompensas inmediatas y eternas
Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y os serán por frontales entre vuestros ojos. Deuteronomio 11:18.
Estas palabras todas las de (Deuteronomio 11) deberían estar tan claramente impresas en cada alma como si estuvieran escritas con una pluma de hierro. La obediencia trae su recompensa, la desobediencia su retribución. Dios le dio a su pueblo instrucciones positivas, y les impuso restricciones positivas para que pudieran obtener una experiencia perfecta en su servicio, y para que estuvieran habilitados para permanecer ante el universo celestial y ante el mundo caído como vencedores. Son vencedores por medio de la palabra del Cordero y por medio de su testimonio. Todos los que no alcancen a hacer la preparación esencial serán contados con los ingratos y los impuros.
El Señor lleva a su pueblo por caminos que no conoce para poder examinarlo y probarlo. Este mundo es nuestro lugar de prueba. Aquí decidimos nuestro destino eterno. Dios humilla a su pueblo para que su voluntad pueda desarrollarse por medio de ellos. De esa manera trató con los hijos de Israel al dirigirlos por el desierto. Les dijo cuál habría sido su suerte, si él no hubiera puesto una mano refrenadora sobre lo que los hubiera dañado...
Dios bendice la obra de las manos humanas para que le puedan devolver su parte. Deben dedicar sus medios a su servicio, para que su viña no permanezca un árido desierto. Deben analizar lo que el Señor haría en su lugar. Deben llevarle en oración todos los asuntos difíciles. Deben revelar un interés altruista en el desarrollo de su obra en todas partes del mundo...
Recordemos que somos obreros juntamente con Dios. No somos lo suficiente sabios como para trabajar por nosotros mismos. Dios nos ha hecho sus mayordomos, para educarnos y probarnos, así como probó y afligió al antiguo Israel. No va a tener su ejército compuesto de soldados indisciplinados, no santificados, volubles, que desfiguren su orden y pureza.—The Review and Herald, 8 de octubre de 1901.
Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y os serán por frontales entre vuestros ojos. Deuteronomio 11:18.
Estas palabras todas las de (Deuteronomio 11) deberían estar tan claramente impresas en cada alma como si estuvieran escritas con una pluma de hierro. La obediencia trae su recompensa, la desobediencia su retribución. Dios le dio a su pueblo instrucciones positivas, y les impuso restricciones positivas para que pudieran obtener una experiencia perfecta en su servicio, y para que estuvieran habilitados para permanecer ante el universo celestial y ante el mundo caído como vencedores. Son vencedores por medio de la palabra del Cordero y por medio de su testimonio. Todos los que no alcancen a hacer la preparación esencial serán contados con los ingratos y los impuros.
El Señor lleva a su pueblo por caminos que no conoce para poder examinarlo y probarlo. Este mundo es nuestro lugar de prueba. Aquí decidimos nuestro destino eterno. Dios humilla a su pueblo para que su voluntad pueda desarrollarse por medio de ellos. De esa manera trató con los hijos de Israel al dirigirlos por el desierto. Les dijo cuál habría sido su suerte, si él no hubiera puesto una mano refrenadora sobre lo que los hubiera dañado...
Dios bendice la obra de las manos humanas para que le puedan devolver su parte. Deben dedicar sus medios a su servicio, para que su viña no permanezca un árido desierto. Deben analizar lo que el Señor haría en su lugar. Deben llevarle en oración todos los asuntos difíciles. Deben revelar un interés altruista en el desarrollo de su obra en todas partes del mundo...
Recordemos que somos obreros juntamente con Dios. No somos lo suficiente sabios como para trabajar por nosotros mismos. Dios nos ha hecho sus mayordomos, para educarnos y probarnos, así como probó y afligió al antiguo Israel. No va a tener su ejército compuesto de soldados indisciplinados, no santificados, volubles, que desfiguren su orden y pureza.—The Review and Herald, 8 de octubre de 1901.