De Jesús está escrito: “Y el niño crecía, y fortalecíase, y
se henchía de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él. … Y Jesús
crecía en sabiduría, y en edad, y en gracia para con Dios y los
hombres”. El conocimiento de Dios constituirá una clase de conocimiento
que será tan duradero como la eternidad. Aprender y ejecutar las obras
de Cristo es obtener una educación verdadera. Aunque el Espíritu Santo
movía la mente de Cristo de modo que pudo decir a sus padres: “¿Por qué
me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me conviene
estar?” no obstante, trabajó de carpintero como un hijo obediente. Puso
de manifiesto que tenía un conocimiento de su obra como Hijo de Dios y,
sin embargo, no exaltó su carácter divino. No dió como razón para eludir
la carga de los cuidados temporales el hecho de que fuese divino, sino
que estuvo sujeto a sus padres. Era el Señor de los mandamientos y sin
embargo, fué obediente a todas sus exigencias, dejando así un ejemplo de
obediencia para la infancia, la juventud y la virilidad. EC 52.2
Si la mente se pone a la tarea de estudiar la Biblia para
obtener información mejorará la facultad de razonar. Sometida al estudio
de las Escrituras, la mente se ensanchará y adquirirá un equilibrio más
uniforme que si se ocupara en la obtención de información general de
los libros que se usan y que no tienen relación con la Biblia. Ningún
conocimiento es tan firme, consistente y vasto en sus alcances como el
obtenido del estudio de la Palabra de Dios. Es la base de todo verdadero
conocimiento. La Biblia se parece a un manantial: cuanto más miráis en
su interior, tanto más profundo parece a la vista. Las verdades
grandiosas de la historia sagrada poseen una fuerza y una belleza que
asombran, y son tan vastas como la eternidad. Ninguna ciencia iguala a
la que revela el carácter de Dios. Moisés había sido educado en toda la
sabiduría de los egipcios y dijo, no obstante: “Mirad, yo os he enseñado
estatutos y derechos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así
en medio de la tierra en la cual entráis para poseerla. Guardadlos,
pues, y ponedlos por obra: porque ésta es vuestra sabiduría y vuestra
inteligencia en ojos de los pueblos los cuales oirán todos estos
estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, gente grande
es ésta. Porque ¿qué gente grande hay que tenga los dioses cercanos a
sí, como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué
gente grande hay que tenga estatutos y derechos justos, como es toda
esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros? Por tanto, guárdate, y
guarda tu alma con diligencia, que no te olvides de las cosas que tus
ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida: y
enseñarlas has a tus hijos, y a los hijos de tus hijos”. (La Educación Cristiana. Cap. 5)
Muchos educadores de escuelas de la actualidad están practicando el
engaño al guiar a sus alumnos a terrenos de estudio comparativamente
inútiles, estudios que exigen tiempo, concentración y recursos que
debieran emplearse en la obtención de aquella educación superior que
Cristo vino a dar. Tomó la forma humana a fin de que pudiese elevar la
mente desde las lecciones que los hombres consideran esenciales hasta
aquellas que entrañan consecuencias eternas. El vio al mundo envuelto en
engaño satánico. Vio a hombres que seguían fervientemente su
propia imaginación, y que creían que lo habrían logrado todo si hubieran
podido hallar el modo de hacerse llamar grandes en el mundo. Pero no
lograron más que la muerte. Cristo se situó en los caminos y en las
encrucijadas de la tierra y contempló a los hombres en su ávida busca de
felicidad, creídos que habían descubierto el modo de ser dioses en este
mundo con cada nuevo proyecto que ideaban. Cristo les señaló hacia
arriba, diciéndoles que el único conocimiento verdadero es el
conocimiento de Dios y de Cristo, el cual acarreará paz y dicha en la
presente vida y asegurará el don gratuito de Dios, la vida eterna. Instó
a sus oyentes, como hombres que poseían la facultad de la razón, a que
no dejasen de tomar en cuenta la eternidad. “Buscad primeramente el
reino de Dios y su justicia—dijo—, y todas estas cosas os serán
añadidas”. Sois, desde luego, colaboradores de Dios. Para esto os he
comprado con mis padecimientos, humillación y muerte.
La gran
lección que hay que dar a los jóvenes es que, como adoradores de Dios,
han de fomentar los principios bíblicos y poner al mundo en segundo
lugar. Dios quiere que todos estén instruidos acerca de cómo hacer las
obras de Cristo y entrar por las puertas en la ciudad celestial. No
debemos permitir que el mundo nos convierta a nosotros. Debemos procurar
con el mayor fervor convertir al mundo. Cristo nos ha otorgado el
privilegio y deber de defenderlo bajo todas las circunstancias. Ruego a
los padres que pongan a sus hijos donde no sean hechizados por una falsa
educación. Su única seguridad está en aprender de Cristo. El es la gran
Luz central del mundo. Todas las demás luces, toda otra sabiduría, son
necedad.
Todo estudiante debiera fomentar una estricta integridad. Toda
inteligencia debiera tornarse con reverente atención hacia la Palabra
revelada de Dios. Luz y gracia les serán dadas a aquellos que así
obedezcan a Dios. Verán maravillas en la ley divina. Grandes verdades
que no han sido oídas ni contempladas desde el día de Pentecostés han de
resplandecer de la Palabra de Dios en su original pureza. A aquellos
que aman verdaderamente a Dios, el Espíritu Santo les revelará verdades
que han desaparecido de la mente y también les revelará verdades
completamente nuevas. Los que comen la carne y beben la sangre del Hijo
de Dios sacarán de los libros de Daniel y el Apocalipsis verdades
inspiradas por el Espíritu Santo. Pondrán en acción fuerzas que no
podrán ser reprimidas. Serán abiertos los labios de los niños para
proclamar los misterios que han permanecido ocultos para las mentes de
los hombres. Dios ha escogido lo necio del mundo para confundir a los
sabios, y lo débil del mundo para confundir a los poderosos. (La Educación. Cap. 32)