Anoche
un joven—un extraño para todos nosotros, pero que profesaba ser un
hermano de Victoria [Australia]—nos llamó y pidió ver a la Hna. White.
Estaba anocheciendo y decliné verlo. Sin embargo, lo invitamos a
permanecer con nosotros durante la noche y a desayunar. Después de
nuestro habitual culto matutino, cuando nos disponíamos a atender
nuestros diferentes trabajos, este joven se puso de pie y con un gesto
dominante nos pidió que nos sentásemos. Dijo: “¿Tienen ustedes algún
himnario? Cantaremos un himno y luego tengo un mensaje para darles”. Yo
contesté: “Si tiene un mensaje, délo sin demora, porque tenemos mucho
apremio para despachar la correspondencia a los Estados Unidos y no
tenemos tiempo que perder”. El entonces comenzó a leer algo que había escrito, que entre otras cosas declaraba que el juicio ha comenzado ahora sobre los vivos [...].
Lo
escuché mientras proseguía y finalmente le dije: “Mi hermano, usted no
está exactamente en sus cabales. Diga claramente cómo su mensaje nos
afecta a nosotros. Por favor, permítanos saberlo de inmediato. Su mente
está demasiado tensa; usted comprende mal su trabajo. Mucho de lo que ha
dicho está de acuerdo con la Biblia, y creemos cada palabra de ello.
Pero usted está muy alterado. Por favor, diga lo que tiene para
nosotros”.
Bien,
él dijo que debíamos empacar y trasladarnos inmediatamente a Battle
Creek. Le pedí sus razones y repuso: “Para dar este mensaje de que el
juicio ha comenzado sobre los vivos”. Le contesté: “La obra que el Señor
nos ha dado todavía no ha sido terminada. Cuando nuestro trabajo aquí
esté completado, estamos seguros que el Señor nos hará saber que es
tiempo de trasladarnos a Battle Creek, en vez de enseñarle a usted cuál
es nuestro deber” [...]. Lo dejé para que el hermano Starr hablase más
con él, mientras yo reanudaba mi tarea de escribir.
Le
dijo al Hno. Starr que cuando la Hna. White le habló tan amablemente, y
sin embargo con tanta autoridad, comenzó a ver que había cometido un
error, que las impresiones que lo habían impulsado tan fuertemente no
eran consecuentes ni razonables. Aunque nuestra familia es grande,
integrada por diez miembros, además de tres visitantes, decidimos que
este joven permaneciese con nosotros por un tiempo. No nos atrevimos a
permitir que fuese con personas que lo tratarían duramente y lo
condenaban ni queríamos que repitiese sus “revelaciones”. Quedará por un
corto tiempo con nosotros, así podremos asociarnos con él y, si es
posible, conducirlo a sendas seguras.—Carta 66, 1894.