"A
los diez días de este mes séptimo será el día de expiación; tendréis santa
convocación, y afligiréis vuestras almas, y ofreceréis ofrenda encendida a
Jehová." Lev. 23: 27.
Estamos viviendo ahora en el gran día
de la expiación. Cuando en el servicio simbólico el sumo sacerdote hacía la
propiciación por Israel, todos debían afligir sus almas arrepintiéndose de sus
pecados y humillándose ante el Señor, si no querían verse separados del pueblo.
De la misma manera, todos los que desean que sus nombres sean conservados en el
libro de la vida, deben ahora, en los pocos días que les quedan de este tiempo
de gracia, afligir sus almas ante Dios con verdadero arrepentimiento y dolor por
sus pecados. Hay que escudriñar honda y sinceramente el corazón. Hay que deponer
el espíritu liviano y frívolo al que se entregan tantos cristianos de profesión.
Empeñada lucha espera a todos aquellos que quieran subyugar las malas
inclinaciones que tratan de dominarlos. La obra de preparación es obra
individual. No somos salvados en grupos. La pureza y la devoción de uno no
suplirá la falta de estas cualidades en otro. Si bien todas las naciones deben
pasar en juicio
ante Dios, sin embargo él examinará el caso de cada individuo de un modo tan
rígido y minucioso como si no hubiese otro en la tierra. Cada cual tiene que ser
probado y encontrado sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante.
Solemnes
son las escenas relacionadas con la obra final de la expiación. Incalculables
son los intereses que ésta envuelve. El juicio se lleva ahora adelante
en el santuario celestial. Esta obra se viene realizando desde hace muchos años.
Pronto -nadie sabe cuándo- les tocará ser juzgados a los vivos. En la augusta presencia
de Dios nuestras vidas deben ser pasadas en revista. En éste más que en
cualquier otro tiempo conviene que toda alma preste atención a la amonestación
del Señor: "Velad y orad: porque no sabéis cuándo será el tiempo". "Y si no
velares, vendré a ti como ladrón, y no sabrás en qué hora vendré a ti" (Mar. 13:
33; Apoc. 3: 3).
Cuando quede concluida la obra del juicio investigador, quedará
también decidida la suerte de todos para vida o para muerte. El tiempo de gracia
terminará poco antes de que el Señor aparezca en las nubes de cielo. Al mirar
hacia ese tiempo, Cristo declara en Apocalipsis: " ¡Él que es injusto, sea
injusto aún; y el que es sucio, sea sucio aún; y el que es justo, sea justo aún;
y el que es santo, sea aún santo! He aquí, yo vengo presto, y mi galardón está
conmigo, para dar la recompensa a cada uno según sea su obra" (Apoc. 22:
11-12).- El conflicto de los siglos , págs. 544-545.
En el servicio
ritual típico el sumo sacerdote, hecha la propiciación por Israel, salía y
bendecía a la congregación. Así también Cristo, una vez terminada su obra de
mediador, aparecerá "sin pecado. . . para la salvación" (Heb. 9: 28), para
bendecir con el don de la vida eterna a su pueblo que le espera.- Id., pág.
539