25 de agosto
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Yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado. Isaías 58:14.
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El sábado pasamos un día magnífico, glorioso… que hizo que nos regocijáramos y glorificáramos a Dios por su extraordinaria bondad hacia nosotros… Fui arrebatada en visión…
Vi que percibíamos y comprendíamos escasamente la importancia del sábado… Vi que no sabíamos qué significaba subir sobre las alturas de la tierra y ser alimentados con la heredad de Jacob. Pero cuando desciendan de la presencia del Señor la refrescante lluvia tardía y la gloria de su poder, sí sabremos qué significa comer de la heredad de Jacob y estar sobre las alturas de la tierra. Entonces apreciaremos mejor la importancia y la gloria que tiene el sábado. Pero no lo veremos en toda su gloria hasta que se establezca el pacto de paz con nosotros al llamado de la voz de Dios, hasta que las puertas de perlas de la Nueva Jerusalén se abran de par en par y giren sobre sus resplandecientes goznes, y se perciba la bella y jubilosa voz del amante Jesús—más dulce que toda música que jamás haya llegado a oídos humanos—invitándonos a entrar. [Vi] que teníamos absoluto derecho de entrar en la ciudad porque habíamos guardado los mandamientos de Dios, y el cielo, el hermoso cielo es nuestro hogar.—Carta 33, 1851.
Vi en ellas [en las tablas] los Diez Mandamientos escritos por el dedo de Dios. En una tabla había cuatro, y en la otra seis. Los cuatro de la primera brillaban más que los otros seis. Pero el cuarto, el mandamiento del sábado, brillaba más que todos, porque el sábado fue puesto aparte para que se lo guardase en honor del santo nombre de Dios. El santo sábado resplandecía, rodeado de un nimbo de gloria. Vi que el mandamiento del sábado no estaba clavado en la cruz, pues de haberlo estado, también lo hubieran estado los otros nueve, y tendríamos libertad para violarlos todos, así como el cuarto… Vi que el santo sábado es, y será, el muro separador entre el verdadero Israel de Dios y los incrédulos, así como la institución más adecuada para unir los corazones de los queridos y esperanzados santos de Dios.—Primeros Escritos, 32, 33.
Maranata: El Señor Viene, p.252.
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