viernes, 2 de julio de 2021

La ciudad de Nueva York

 

Dios no ha ejecutado su ira sin misericordia. Todavía se extiende su mano. Debe darse su mensaje en el Gran Nueva York. La gente debe ver cómo Dios, por un toque de su mano, puede destruir las propiedades que han reunido para enfrentar el último gran día.—Manuscript Releases 3:310-311 (1902).

No tengo luz en particular respecto a lo que viene sobre Nueva York; solo sé que un día los grandes edificios serán derribados por el poder trastornador de Dios [...]. La muerte llegará a todas partes. Esta es la razón por la cual me siento tan ansiosa de que nuestras ciudades sean amonestadas.—The Review and Herald, 5 de julio de 1906. Estando en Nueva York en cierta ocasión, se me hizo contemplar una noche los edificios que, piso tras piso, se elevaban hacia el cielo. Esos inmuebles que eran la gloria de sus propietarios y constructores eran garantizados incombustibles [...]. La siguiente escena que pasó delante de mí fue una alarma de incendio. Los hombres miraban a esos altos edificios, reputados incombustibles, y decían: “Están perfectamente seguros”. Pero estos edificios fueron consumidos como la pez. Las bombas contra incendio no pudieron impedir su destrucción. Los bomberos no podían hacer funcionar sus máquinas.—Joyas de los Testimonios 3:281-282 (1909).

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