Los grandes depósitos de Dios
Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, y desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios. Salmos 90:2.
Nuestro Padre celestial nos ha proporcionado señales de grandeza y majestad. Esto es especialmente así, en un grado maravilloso, en estas regiones montañosas*. ... El variado escenario de los altos montes y las eminencias rocosas, las profundas gargantas con sus corrientes rápidas y ruidosas que proceden de las alturas, ... las aguas que se deshacen al chocar contra las rocas y que se esparcen como un velo, hacen que este escenario sea de una hermosura y grandeza incomparables.
Las montañas contienen tesoros de bendición que el Creador derrama sobre los habitantes de la tierra. Es la diversidad en la superficie de la tierra, en las montañas, los valles, las llanuras, lo que revela la sabiduría y el poder del gran Artista Maestro. Y aquellos que pasan por alto las rocas y las montañas, las gargantas salvajes y las ruidosas y raudas corrientes y los precipicios, tienen sus sentidos ... demasiado limitados para comprender la majestad de Dios.
Dios, el gran Arquitecto, ha edificado estas grandes montañas, y su influencia sobre el clima es una bendición para nuestro mundo. Atraen de las nubes una humedad enriquecedora. Las cadenas montañosas son los grandes depósitos de Dios, para proveer al océano con su agua. Estas son las fuentes de las corrientes, los riachos y arroyos tanto como de los ríos. Reciben en forma de nieve y de lluvia los vapores con los cuales está cargada la atmósfera y los trasladan a los valles que se ven en el fondo.
Debiéramos considerar las montañas irregulares de la tierra como los depósitos de bendiciones de los cuales fluyen las aguas para surtir a todas las criaturas vivientes. Cada vez que miro las montañas siento gratitud hacia Dios.
Todo lo que nos rodea nos enseña día a día lecciones del amor de nuestro Padre y de su poder, y de sus leyes que gobiernan la naturaleza y que están en el fundamento de todo gobierno del cielo y de la tierra.—Manuscrito 62, 1886.
Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, y desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios. Salmos 90:2.
Nuestro Padre celestial nos ha proporcionado señales de grandeza y majestad. Esto es especialmente así, en un grado maravilloso, en estas regiones montañosas*. ... El variado escenario de los altos montes y las eminencias rocosas, las profundas gargantas con sus corrientes rápidas y ruidosas que proceden de las alturas, ... las aguas que se deshacen al chocar contra las rocas y que se esparcen como un velo, hacen que este escenario sea de una hermosura y grandeza incomparables.
Las montañas contienen tesoros de bendición que el Creador derrama sobre los habitantes de la tierra. Es la diversidad en la superficie de la tierra, en las montañas, los valles, las llanuras, lo que revela la sabiduría y el poder del gran Artista Maestro. Y aquellos que pasan por alto las rocas y las montañas, las gargantas salvajes y las ruidosas y raudas corrientes y los precipicios, tienen sus sentidos ... demasiado limitados para comprender la majestad de Dios.
Dios, el gran Arquitecto, ha edificado estas grandes montañas, y su influencia sobre el clima es una bendición para nuestro mundo. Atraen de las nubes una humedad enriquecedora. Las cadenas montañosas son los grandes depósitos de Dios, para proveer al océano con su agua. Estas son las fuentes de las corrientes, los riachos y arroyos tanto como de los ríos. Reciben en forma de nieve y de lluvia los vapores con los cuales está cargada la atmósfera y los trasladan a los valles que se ven en el fondo.
Debiéramos considerar las montañas irregulares de la tierra como los depósitos de bendiciones de los cuales fluyen las aguas para surtir a todas las criaturas vivientes. Cada vez que miro las montañas siento gratitud hacia Dios.
Todo lo que nos rodea nos enseña día a día lecciones del amor de nuestro Padre y de su poder, y de sus leyes que gobiernan la naturaleza y que están en el fundamento de todo gobierno del cielo y de la tierra.—Manuscrito 62, 1886.