12 de noviembre
A los diez días de este mes séptimo será el día de expiación;
tendréis santa convocación, y afligiréis vuestras almas, y ofreceréis
ofrenda encendida a Jehová. Levítico 23:27.
Estamos viviendo ahora en el gran día de la expiación. Cuando en el
servicio simbólico el sumo sacerdote hacía la propiciación por Israel,
todos debían afligir sus almas arrepintiéndose de sus pecados y
humillándose ante el Señor, si no querían verse separados del pueblo. De
la misma manera, todos los que desean que sus nombres sean conservados
en el libro de la vida, deben ahora, en los pocos días que les quedan de
este tiempo de gracia, afligir sus almas ante Dios con verdadero
arrepentimiento y dolor por sus pecados. Hay que escudriñar honda y
sinceramente el corazón. Hay que deponer el espíritu liviano y frívolo
al que se entregan tantos cristianos de profesión. Empeñada lucha espera
a todos aquellos que quieran subyugar las malas inclinaciones que
tratan de dominarlos. La obra de preparación es obra individual.
No somos salvados en grupos.
La pureza y la devoción de uno no suplirá la falta de estas cualidades
en otro. Si bien todas las naciones deben pasar en juicio ante Dios, sin
embargo él examinará el caso de cada individuo de un modo tan rígido y
minucioso como si no hubiese otro en la tierra. Cada cual tiene que ser
probado y encontrado sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante.
Solemnes son las escenas relacionadas con la obra final de la expiación.
Incalculables son los intereses que ésta envuelve. El juicio se lleva
ahora adelante en el santuario celestial. Esta obra se viene realizando
desde hace muchos años. Pronto—nadie sabe cuándo—les tocará ser juzgados
a los vivos. En la augusta presencia de Dios nuestras vidas deben ser
pasadas en revista. En éste más que en cualquier otro tiempo conviene
que toda alma preste atención a la amonestación del Señor: “Velad y
orad: porque no sabéis cuándo será el tiempo”. “Y si no velares, vendré a
ti como ladrón, y no sabrás en qué hora vendré a ti”.
Marcos 13:33;
Apocalipsis 3:3.
Cuando quede concluida la obra del juicio investigador, quedará también
decidida la suerte de todos para vida o para muerte. El tiempo de gracia
terminará poco antes de que el Señor aparezca en las nubes del cielo.
Al mirar hacia ese tiempo, Cristo declara en Apocalipsis: “¡El que es
injusto, sea injusto aún; y el que es sucio, sea sucio aún; y el que es
justo, sea justo aún; y el que es santo, sea aún santo! He aquí, yo
vengo presto, y mi galardón está conmigo, para dar la recompensa a cada
uno según sea su obra”.
Apocalipsis 22:11-12.—
el Conflicto de los Siglos, 544-545.
En el servicio ritual típico el sumo sacerdote, hecha la propiciación
por Israel, salía y bendecía a la congregación. Así también Cristo, una
vez terminada su obra de mediador, aparecerá “sin pecado... para la
salvación” (
Hebreos 9:28), para bendecir con el don de la vida eterna a su pueblo que le espera.—
Ibid. 539.
Exaltad a Jesús, p. 324
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