Estamos
viviendo en el tiempo del fin. El presto cumplimiento de las señales de
los tiempos proclama la inminencia de la venida de nuestro Señor. La
época en que vivimos es importante y solemne. El Espíritu de Dios se
está retirando gradual pero ciertamente de la tierra. Ya están cayendo
juicios y plagas sobre los que menosprecian la gracia de Dios. Las
calamidades en tierra y mar, la inestabilidad social, las amenazas de
guerra, como portentosos presagios, anuncian la proximidad de
acontecimientos de la mayor gravedad.
Las
agencias del mal se coligan y acrecen sus fuerzas para la gran crisis
final. Grandes cambios están a punto de producirse en el mundo, y los
movimientos finales serán rápidos.
El
estado actual de las cosas muestra que tiempos de perturbación están
por caer sobre nosotros. Los diarios están llenos de alusiones
referentes a algún formidable conflicto que debe estallar dentro de
poco. Son siempre más frecuentes los audaces atentados contra la
propiedad. Las huelgas se han vuelto asunto común. Los robos y los
homicidios se multiplican. Hombres dominados por espíritus de demonios
quitan la vida a hombres, mujeres y niños. El vicio seduce a los seres
humanos y prevalece el mal en todas sus formas.
El
enemigo ha alcanzado a pervertir la justicia y a llenar los corazones
de un deseo de ganancias egoístas. “La justicia se puso lejos: porque la
verdad tropezó en la plaza, y la equidad no pudo venir.” Isaías 59:14.
Las grandes ciudades contienen multitudes indigentes, privadas casi por
completo de alimentos, ropas y albergue, entretanto que en las mismas
ciudades se encuentran personas que tienen más de lo que el corazón
puede desear, que viven en el lujo, gastando su dinero en casas
lujosamente amuebladas y el adorno de sus personas, o lo que es peor
aún, en golosinas, licores, tabaco y otras cosas que tienden a destruir
las facultades intelectuales, perturban la mente y degradan el alma. Los
gritos de las multitudes que mueren de inanición suben a Dios, mientras
algunos hombres acumulan fortunas colosales por medio de toda clase de
opresiones y extorsiones.
La libertad religiosa es un principio que se halla asentado en la conciencia individual y que, a pesar de ser pisoteado y sistemáticamente perseguido a lo largo del tiempo histórico, al fin fue reconocido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en el año 1948.
La libertad religiosa ha sido dada por Dios y se encuentra establecida en la conciencia individual de los seres humanos, y afirmamos que se ejerce en las mejores condiciones cuando existe separación entre las organizaciones religiosas y los estados.
Por lo tanto, toda legislación o cualquier actividad gubernamental que une las organizaciones religiosas a cualquier estado, se opone a los intereses de estas dos instituciones y perjudica los derechos humanos claramente establecidos por las Naciones Unidas.
Según la Biblia, los gobiernos o estados han sido establecidos por Dios para proteger los derechos naturales y reglamentar los derechos civiles de los ciudadanos y, en este sentido, los gobiernos deben ser respetados por todos y cada uno de los creyentes.
Creemos que es un derecho inalienable del individuo la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho implica la libertad de tener o de adoptar una religión o convicción según la elección de su conciencia individual, así como el de manifestar esa convicción en público o en privado, mediante el culto, el cumplimiento de ceremonias religiosas y determinadas prácticas, así como el respeto a las creencias de los otros.
Esta libertad religiosa comporta igualmente la libertad de fundar o de sostener instituciones caritativas o educativas, de solicitar o de recibir contribuciones financieras voluntarias, observar los días de reposo y de celebrar fiestas conmemorativas relativas a los preceptos de cada religión o creencia, así como de mantener comunidades religiosas nacionales o internacionales.
Consideramos que la libertad religiosa y la eliminación de la intolerancia y la discriminación fundada sobre la religión o la convicción son esenciales para promover la paz y la amistad entre los pueblos.
Pensamos que los ciudadanos y los estados deberían utilizar todos los medios legales y honorables para impedir cualquier acción contraria a estos principios, a fin de que cada individuo pueda recibir los beneficios inestimables de la libertad religiosa.
Creemos que el verdadero espíritu de la libertad religiosa se encuentra resumida en la declaración bíblica denominada como la regla de oro: Lo que deseéis que los hombres hagan con vosotros, haced vosotros con ellos.
Principios aceptados y reconocidos por la Asociación Internacional para la Defensa de la Libertad Religiosa.