Estamos
 viviendo en el tiempo del fin. El presto cumplimiento de las señales de
 los tiempos proclama la inminencia de la venida de nuestro Señor. La 
época en que vivimos es importante y solemne. El Espíritu de Dios se 
está retirando gradual pero ciertamente de la tierra. Ya están cayendo 
juicios y plagas sobre los que menosprecian la gracia de Dios. Las 
calamidades en tierra y mar, la inestabilidad social, las amenazas de 
guerra, como portentosos presagios, anuncian la proximidad de 
acontecimientos de la mayor gravedad.
Las
 agencias del mal se coligan y acrecen sus fuerzas para la gran crisis 
final. Grandes cambios están a punto de producirse en el mundo, y los 
movimientos finales serán rápidos.
El
 estado actual de las cosas muestra que tiempos de perturbación están 
por caer sobre nosotros. Los diarios están llenos de alusiones 
referentes a algún formidable conflicto que debe estallar dentro de 
poco. Son siempre más frecuentes los audaces atentados contra la 
propiedad. Las huelgas se han vuelto asunto común. Los robos y los 
homicidios se multiplican. Hombres dominados por espíritus de demonios 
quitan la vida a hombres, mujeres y niños. El vicio seduce a los seres 
humanos y prevalece el mal en todas sus formas.
El enemigo ha 
alcanzado a pervertir la justicia y a llenar los corazones de un deseo 
de ganancias egoístas. “La justicia se puso lejos: porque la verdad 
tropezó en la plaza, y la equidad no pudo venir”. Isaías 59:14.
 Las grandes ciudades contienen multitudes indigentes, privadas casi por
 completo de alimentos, ropas y albergue, entretanto que en las mismas 
ciudades se encuentran personas que tienen más de lo que el corazón 
puede desear, que viven en el lujo, gastando su dinero en casas 
lujosamente amuebladas y el adorno de sus personas, o lo que es peor 
aún, en golosinas, licores, tabaco y otras cosas que tienden a destruir 
las facultades intelectuales, perturban la mente y degradan el alma. Los
 gritos de las multitudes que mueren de inanición suben a Dios, mientras
 algunos hombres acumulan fortunas colosales por medio de toda clase de 
opresiones y extorsiones.
Se
 me hizo contemplar una noche los edificios que, piso tras piso, se 
elevaban hacia el cielo. Esos inmuebles... eran garantizados [como] 
incombustibles. Se elevaban siempre más alto y los materiales más 
costosos entraban en su construcción. Los propietarios no se preguntaban
 cómo podían glorificar mejor a Dios. El Señor estaba ausente de sus 
pensamientos.
Mientras
 que esas altas construcciones se levantaban, sus propietarios se 
regocijaban con orgullo, por tener suficiente dinero para satisfacer sus
 ambiciones y excitar la envidia de sus vecinos. Una gran parte del 
dinero así empleado había sido obtenido injustamente, explotando al 
pobre. Olvidaban que en el cielo toda transacción comercial es anotada, 
que todo acto injusto y todo negocio fraudulento son registrados.
La siguiente escena que pasó delante de mí fue una alarma de incendio. Los hombres miraban a esos altos
    
edificios, 
reputados [como] incombustibles, y decían: “Están perfectamente 
seguros”. Pero esos edificios fueron consumidos como el alquitrán. Las 
bombas contra incendio no pudieron impedir su destrucción. Los bomberos 
no podían hacer funcionar sus máquinas.
Me
 fue dicho que cuando llegue el día del Señor, si no ocurre algún cambio
 en el corazón de ciertos hombres orgullosos y llenos de ambición, ellos
 comprobarán que la mano otrora poderosa para salvar, lo será igualmente
 para destruir. Ninguna fuerza terrenal puede sujetar la mano de Dios. 
No hay materiales capaces de preservar de la ruina a un edificio cuando 
llegue el tiempo fijado por Dios para castigar el desconocimiento de sus
 leyes y el egoísmo de los ambiciosos.
Raros
 son, aun entre los educadores y los gobernantes, quienes perciben las 
causas reales de la actual situación de la sociedad. Aquellos que tienen
 en sus manos las riendas del poder son incapaces de resolver el 
problema de la corrupción moral, del pauperismo y el crimen que siempre 
aumentan. En vano se esfuerzan por dar a los asuntos comerciales una 
base más segura. Si los hombres quisieran prestar más atención a las 
enseñanzas de la Palabra de Dios, hallarían la solución de los problemas
 que los preocupan.
Las
 Escrituras describen la condición del mundo inmediatamente antes de la 
segunda venida de Cristo. He aquí lo que está escrito tocante a los 
hombres que acumulan con fraude sus grandes riquezas. “Vuestro oro y 
plata están corrompidos de orín [moho]; y su orín os será en testimonio,
 y comerá del todo vuestras carnes como fuego. Os habéis allegado tesoro
 para los postreros días. He aquí, el jornal de los obreros que han 
segado vuestras tierras, el cual por engaño no les
    
ha sido pagado 
de vosotros, clama; y los clamores de los que habían segado, han entrado
 en los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en deleites 
sobre la tierra, y sido disolutos; habéis cebado vuestros corazones como
 en el día de sacrificios. Habéis condenado y muerto al justo; y él no 
os resiste”. Santiago 5:3-6.
Mas,
 ¿quién reconoce las advertencias dadas por las señales de los tiempos 
que se suceden con tanta rapidez? ¿Qué impresión hacen a los mundanos? 
¿Qué cambio podemos ver en su actitud? Su actitud no se diferencia de la
 de los antediluvianos. Absortos en sus negocios y en los deleites 
mundanos, los contemporáneos de Noé “no conocieron hasta que vino el 
diluvio y llevó a todos”. Mateo 24:39.
 Las advertencias celestiales les fueron dirigidas, pero rehusaron 
escuchar. Asimismo hoy el mundo, sin prestar atención alguna a las 
amonestaciones de Dios, se precipita hacia la ruina eterna.
Un
 espíritu belicoso agita al mundo. La profecía contenida en el undécimo 
capítulo del libro de Daniel, está casi completamente cumplida. Muy 
pronto se realizarán las escenas de angustia descritas por el profeta.
“He
 aquí que Jehová vacía la tierra, y la desnuda y trastorna su haz, y 
hace esparcir sus moradores... Porque traspasaron las leyes, falsearon 
el derecho, rompieron el pacto sempiterno. Por esta causa la maldición 
consumió la tierra, y sus moradores fueron asolados... Cesó el regocijo 
de los panderos, acabóse el estruendo de los que se huelgan, paró la 
alegría del arpa”. Isaías 24:1-8.
“¡Ay del día! porque cercano está el día de Jehová, y vendrá como destrucción por el Todopoderoso”. Joel 1:15...
“Miré la tierra, y he aquí que estaba asolada y vacía; y los cielos, y no había en ellos luz. Miré los montes, y 
he aquí que 
temblaban, y todos los collados fueron destruidos. Miré y no había 
hombre, y todas las aves del cielo se habían ido. Miré, y he aquí el 
Carmelo desierto, y todas sus ciudades eran asoladas a la presencia de 
Jehová, a la presencia del furor de su ira”. Jeremías 4:23-26.
“¡Ah,
 cuán grande es aquel día! tanto, que no hay otro semejante a él: tiempo
 de angustia para Jacob; pero de ella será librado”. Jeremías 30:7.
No
 todo el mundo ha tomado posiciones con el enemigo y contra Dios. No 
todos se han vuelto desleales. Queda un remanente que permanece fiel a 
Dios; porque Juan escribe: “Aquí está la paciencia de los santos; aquí 
están los que guardan los mandamientos de Dios, y la fe de Jesús”. Apocalipsis 14:12.
 Muy pronto una furiosa batalla contra los que sirven a Dios será 
entablada por aquellos que no le sirven. Muy pronto todo lo que es 
susceptible de ser removido lo será, de modo que sólo lo inquebrantable 
subsista.
Satanás
 estudia la Biblia con cuidado. Sabe que le queda poco tiempo y procura 
en todo punto contrarrestar la obra que el Señor está haciendo sobre 
esta tierra. Es imposible dar una idea de lo que experimentará el pueblo
 de Dios que viva en la tierra cuando se combinen la manifestación de la
 gloria de Dios y la repetición de las persecuciones pasadas. Andará en 
la luz que emana del trono de Dios. Por medio de los ángeles, las 
comunicaciones entre el cielo y la tierra serán mantenidas constantes. 
Por su parte Satanás, rodeado de sus ángeles, y haciéndose pasar por 
Dios, hará toda clase de milagros a fin de seducir, si posible fuese, 
aun a los escogidos. El pueblo de Dios no hallará seguridad en la 
realización de milagros, porque Satanás los imitará. En esta dura 
prueba, el pueblo de Dios hallará su fortaleza en la señal mencionada en. Éxodo 31:12-18.
 Tendrá que afirmarse sobre la palabra viviente: “Escrito está”. Es el 
único fundamento seguro. Aquellos que hayan quebrantado su alianza con 
Dios estarán entonces sin Dios y sin esperanza.
Lo
 que caracterizará de un modo peculiar a los adoradores de Dios será su 
respeto por el cuarto mandamiento, puesto que es la señal del poder 
creador de Dios y atestigua que él tiene derecho a la veneración y al 
homenaje de los hombres. Los impíos se distinguirán por sus esfuerzos 
para derribar el monumento conmemorativo del Creador y exaltar en su 
lugar la institución romana. En este conflicto, la cristiandad entera se
 encontrará dividida en dos grandes clases: la que guardará los 
mandamientos de Dios y la fe de Jesús y la que adorará la bestia y su 
imagen y recibirá su marca. No obstante los esfuerzos reunidos de la 
iglesia y del estado para compeler a los hombres, “pequeños y grandes, 
ricos y pobres, libres y siervos”, a recibir la marca de la bestia, el 
pueblo de Dios no se someterá. El profeta de Patmos vio a “los que 
habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su señal y 
el número de su nombre, estar sobre el mar de vidrio, teniendo las arpas
 de Dios”. Apocalipsis 13:16; 15:2, 3.
Pruebas
 terribles esperan al pueblo de Dios. El espíritu de guerra agita a las 
naciones desde un cabo de la tierra hasta el otro. Mas a través del 
tiempo de angustia que se avecina—un tiempo de angustia como no lo hubo 
desde que existe nación—, el pueblo de Dios permanecerá inconmovible. 
Satanás y su ejército no podrán destruirlo, porque ángeles poderosos lo 
protegerán.1



