jueves, 5 de diciembre de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

El verano con Dios

Porque he aquí ha pasado el invierno, hase mudado, la lluvia se fué; hanse mostrado las flores en la tierra, el tiempo de la canción es venido.
Cantares 2:11, 12.

En esta hermosa mañana toda la naturaleza parece fresca y pujante. La tierra se ha engalanado con sus verdes ropajes de verano y sonríe con una belleza casi edénica.

Pienso que el gozo que sentimos por el verano se ve aumentado por el recuerdo de los largos y fríos meses de invierno; por otra parte, la esperanza del verano nos ayuda a soportar más gozosamente el reinado del invierno. Si permitiéramos que nuestras mentes se espaciaran en la debilidad y la desolación con las cuales el rey del hielo nos rodea, podríamos ser muy infelices; pero obrando con más sabiduría, continuamos hacia adelante en anticipación del tiempo primaveral que traerá de vuelta los pájaros, despertará a las flores dormidas, vestirá a la tierra con su ropaje verde y llenará el aire con luz, fragancia y canto.

El viaje del cristiano en este mundo puede compararse acertadamente con el largo y frío invierno. Aquí experimentamos luchas, aflicciones y desengaños, pero no deberíamos permitir que nuestras mentes se espacien en estas cosas. Más bien miremos anticipadamente, con esperanza y fe, al verano venidero, cuando seremos bienvenidos en el hogar edénico, donde todo es luz y gozo, donde todo es paz y amor.

Si el cristiano nunca hubiera experimentado las tormentas de la aflicción en este mundo, si su corazón nunca hubiera sido helado por el desengaño u oprimido por el temor, escasamente sabría cómo apreciar el cielo. No nos desanimemos, aunque a menudo estemos cansados, tristes y angustiados; el invierno no durará para siempre. El verano de paz, gozo y alegría eterna pronto vendrá. Entonces Dios morará con nosotros y nos conducirá a las fuentes de aguas vivas, y limpiará toda lágrima de nuestros ojos.—Carta 13, 1875, pp. 1.

Que ninguna cosa ... impida que hagáis una obra cabal para la eternidad. ... No habrá vientos que hielan, ni fríos inviernos, sino un eterno verano. Hay luz para el intelecto, amor que perdura y que es sincero. Allí habrá salud e inmortalidad, vigor para cada facultad. Toda tristeza y toda angustia habrán desaparecido para siempre.—Carta 4, 1885, pp. 5.

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