miércoles, 4 de diciembre de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

Cautivados por las riquezas de la gloria de Cristo

Si habéis pues resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.
Colosenses 3:1, 2.

Cuando somos tentados a colocar nuestros afectos sobre cualquier objeto terreno que tenga la tendencia a acaparar nuestro amor, debemos pedir gracia para alejarnos de él y no permitir que se interponga entre nosotros y nuestro Dios. Necesitamos mantener ante la mente las mansiones que Jesús ha ido a preparar para nosotros. No debemos permitir que nuestras casas y tierras, nuestras transacciones comerciales y empresas mundanas se interpongan entre nosotros y Dios. Deberíamos mantener ante nosotros las abundantes promesas que él ha dejado registradas. Deberíamos estudiar los grandes hitos que nos señalan los tiempos en que vivimos. ...

Deberíamos orar fervientemente para estar preparados para las luchas del gran día que Dios está preparando. Deberíamos regocijarnos por la perspectiva de estar pronto con Jesús en las mansiones que él ha ido a preparar para nosotros. ... Jesús puede suplir cada una de nuestras necesidades. ... Cuando lo contempléis quedaréis cautivados por las riquezas de la gloria de su amor divino. El amor idólatra por las cosas que se ven quedará suplantado por un amor más grande y mejor por las cosas que son imperecederas y preciosas. Debéis contemplar las riquezas eternas hasta que vuestros afectos se unan a las cosas de arriba, y podáis ser un instrumento para dirigir a otros a que coloquen sus afectos en las cosas celestiales. ...

Los que valoran correctamente el dinero son aquellos que ven en él un medio para llevar la verdad a quienes nunca la han oído, y para rescatarlos del poder del enemigo. Si un alma acepta la verdad, se reemplaza su amor por las cosas terrenales. Ve la gloria superior de las cosas celestiales, aprecia las excelencias de aquello que se relaciona con la vida eterna. Queda cautivado por lo invisible y lo eterno. Se libera de las cosas terrenales. Contempla con admiración las glorias invencibles del otro mundo. Comprende que sus pruebas están obrando para él un peso de gloria superior y eterno, y en comparación con las riquezas que ha de disfrutar las considera como leves aflicciones que durarán sólo un momento.—Carta 97, 1895, pp. 18, 19.

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