lunes, 15 de abril de 2013

Haya, pues en vosotros este sentir


Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús.
Filipenses 2:5.


La oración que Cristo nos ha dado, de que la voluntad de Dios se haga en el cielo y en la tierra, debe ser contestada. Esta oración es maravillosa, y debemos ofrecerla a Dios y luego cumplirla en nuestra vida diaria. La ciencia de la santidad, la ética inculcada por el Evangelio, no reconoce otra norma que la perfección de la mente de Dios, de la voluntad de Dios. Es el carácter y la mente de Cristo lo que los hombres deben recibir mediante la conversión y la transformación. Dios ha revelado por medio de su Hijo, la excelencia que el hombre puede alcanzar. Y Dios nos está desarrollando, para que aparezcamos ante el mundo como testigos vivientes de lo que el hombre puede llegar a ser a través de la gracia de Cristo. Oh, ¿por qué tantos afligen el corazón del amor infinito? ...

Dios permite que cada persona ejercite su individualidad. Ninguna mente humana debe sumergirse en otra mente humana. Pero se ha hecho la invitación: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Cada persona debe comparecer delante de Dios con una fe individual, una experiencia individual, conociendo por sí misma que Cristo se forma dentro de uno, la esperanza de gloria. Si nosotros imitáramos el ejemplo de cualquier hombre—aun el de una persona a quien, en nuestro juicio humano, consideráramos casi perfecta de carácter—estaríamos poniendo nuestra confianza en un ser humano imperfecto y defectuoso, que es incapaz de comunicar una jota o un tilde de perfección a otro ser humano.


Como nuestro ejemplo tenemos a Uno que es todo y entre todos, el principal entre diez mil, Uno cuya excelencia escapa a toda comparación. ¿Qué dice el divino Maestro?: “Sed pues vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48. ¿Quiere Cristo atormentarnos requiriéndonos lo que es imposible? ¡Nunca, nunca! ¡Qué honor nos confiere, al pedirnos que seamos santos en nuestra esfera de acción, como el Padre es santo en su esfera! Mediante su poder, somos capaces de hacer esto, porque él declara: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. Mateo 28:18. Es vuestro privilegio y el mío reclamar este poder ilimitado.—Carta 20, 1902.

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