viernes, 19 de abril de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

El nivel correcto de la mente humana


Humillaos delante del Señor, y él os ensalzará.
Santiago 4:10.


¿Qué es lo que da el nivel apropiado a la mente humana? Es la cruz del Calvario. Contemplando a Jesús, que es el Autor y Consumador de nuestra fe, desaparece todo deseo de glorificación propia, se origina un espíritu de humillación y de humildad de la mente. Cuando contemplamos la cruz, podemos ver la admirable provisión que ha proporcionado a cada creyente. Dios en Cristo ... si se lo ve correctamente, nivelará la exaltación y el orgullo humano. No habrá exaltación propia, sino que habrá una verdadera humildad.—Carta 20, 1897, pp. 3.

La luz reflejada de la cruz del Calvario humillará todo pensamiento orgulloso. Aquellos que buscan a Dios de todo corazón y aceptan la gran salvación que les es ofrecida, abrirán la puerta del corazón a Jesús. Dejarán de atribuirse gloria a sí mismos. No se enorgullecerán por sus realizaciones, ni se atribuirán el mérito por sus capacidades, sino que considerarán todos sus talentos como dones de Dios, que deben ser utilizados para su gloria. Toda capacidad intelectual será considerada por ellos como preciosa únicamente en la medida en que pueda emplearse para el servicio de Cristo.—The Youth’s Instructor, 6 de diciembre de 1900, pp. 378.


La humillación que Cristo sufrió, al vestir su divinidad con humanidad, es digna de nuestra consideración. Si este tema hubiera sido estudiado con el cuidado debido, habría mucho menos de “yo” y mucho más de Cristo. Es la estima propia la que se interpone entre el agente humano y su Dios, e impide la corriente vital que fluye de Cristo para enriquecer a cada ser humano. Cuando seguimos a Jesús en la senda de la abnegación y de la cruz, encontramos que no necesitamos esforzarnos para adquirir humildad. Cuando andemos en las pisadas de Cristo, aprenderemos a tener su mansedumbre y humildad de corazón. Debieran dedicarse poquísimos pensamientos al yo, porque nunca podremos hacernos grandes. La dulzura de Cristo es la que nos hace grandes.—Carta 100, 1895, pp. 9.


El pueblo creyente de Dios, fiel y humilde, desechará de sus corazones la idolatría, y Cristo llegará a ser el todo en todo.—Manuscrito 29, 1900, pp. 4.

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