martes, 16 de abril de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

Ocupando la mente


El buen hombre del buen tesoro de su corazón saca bien; y el mal hombre del mal tesoro de su corazón saca mal; porque de la abundancia del corazón habla su boca.
Lucas 6:45.

La constitución de la mente es de tal naturaleza, que ésta debe estar ocupada con lo bueno o con lo malo. Si adopta un nivel bajo, generalmente se debe a que se le ha permitido espaciarse en cosas comunes. ... El hombre tiene la facultad de regular el trabajo de la mente y de dirigir la corriente de sus pensamientos. Pero esto requiere un esfuerzo más grande del que podemos hacer por nuestro propio esfuerzo. Debemos fijar nuestra mente en Dios, si queremos tener pensamientos rectos y temas elevadores para la meditación. Pocos comprenden que es su deber ejercer control sobre sus pensamientos y razonamientos. Resulta difícil mantener a la mente indisciplinada fijada sobre temas provechosos. Pero si no se emplean debidamente los pensamientos, la religión no puede florecer en el alma. La mente debe preocuparse de cosas sagradas y eternas, de lo contrario encontrará gozo en pensamientos superficiales e insignificantes. Deben disciplinarse tanto las facultades intelectuales como las morales, y éstas se fortalecerán y crecerán mediante el ejercicio.

A fin de comprender correctamente esta cuestión, debemos recordar que nuestros corazones están naturalmente depravados, y que somos incapaces, por nosotros mismos, de seguir una conducta correcta. Solamente por la gracia de Dios, combinada con los esfuerzos más sinceros de nuestra parte, podemos obtener la victoria.


En la fe cristiana hay temas en los cuales cada uno debiera acostumbrar su mente a espaciarse. El amor de Cristo Jesús, que sobrepasa el conocimiento, sus sufrimientos por la humanidad caída, su obra de expiación por nosotros, y su exaltada gloria—éstos son los misterios en los cuales los ángeles desearían mirar. Los seres celestiales encuentran en estos temas suficiente atracción para interesar a sus meditaciones más profundas; y nosotros, a quienes esto concierne tan íntimamente, ¿manifestaremos menos interés que los ángeles, en el maravilloso amor redentor?


El intelecto, tanto como el corazón, deben consagrarse al servicio de Dios. El tiene derecho a todo lo que hay en nosotros.—The Review and Herald, 4 de enero de 1881, pp. 2, 3.

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