domingo, 13 de octubre de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

Talentos para todos

Porque el reino de los cielos es como un hombre que partiéndose lejos llamó a sus siervos, y les entregó sus bienes. Y a éste dió cinco talentos, y al otro dos, y al otro uno: a cada uno conforme a su facultad; y luego se partió lejos.
Mateo 25:14, 15.

Dios no les ha dado talentos solamente a unos pocos escogidos, sino a todos les ha confiado algún don peculiar para que sea utilizado en su servicio. Muchos a quienes el Señor ha concedido preciosos talentos han rehusado emplearlos para el adelantamiento del reino de Dios; sin embargo, son responsables delante de Dios por el uso de sus dones. Todos ... son poseedores de algún don, cuyo uso debido le dará gloria a Dios y cuyo uso pervertido le robará al Dador. ...

La familia humana está compuesta de entes morales responsables, y desde el más elevado y más dotado hasta el más inferior y oscuro, todos están investidos con los dones del cielo. El tiempo es un don que Dios ha dado, y debe empleárselo diligentemente en el servicio de Cristo. La influencia es un don de Dios, y debe ejercerse para fomentar los propósitos más elevados y nobles. ... El intelecto es un talento confiado. La simpatía y los afectos son talentos que deben considerarse sagrados y aprovecharse, para que podamos prestarle servicio a Aquel cuya posesión adquirida somos.

Todo lo que somos o podemos ser pertenece a Dios. La educación, la disciplina, y la habilidad en cada cosa deberían usarse para él. El capital es suyo, y su acrecentamiento es el interés que le corresponde por derecho al Maestro. Sea grande o pequeña la cantidad confiada el Señor requiere que sus mayordomos hagan lo mejor posible. No es la cantidad confiada o el aprovechamiento realizado lo que proporciona a los hombres la aprobación del cielo, sino que es la fidelidad, la lealtad a Dios, el servicio prestado, lo que recibe la bendición divina: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré: entra en el gozo de tu Señor”. Vers. 23. Esta recompensa gozosa no espera hasta que entremos a la ciudad de Dios, puesto que el siervo fiel tiene un goce anticipado de ella aun en esta vida.—The Signs of the Times, 23 de enero de 1893.

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