martes, 15 de octubre de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

El habla es un talento precioso

Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.
Mateo 12:37.
Dios le ha dado a cada joven el talento del habla para que sea aprovechado para él. Esta es una verdad muy importante. ... Que vuestras palabras sean vivificadoras, y que induzcan a contemplar al Salvador a aquellos que os rodean. Que den luz en vez de oscuridad, armonía en lugar de animosidad. No digáis nada que no quisierais decir ante la presencia de Jesús y de los ángeles. No pronunciéis ninguna palabra que despierte la disensión en otro corazón. No importa cuán provocados seáis, detened la palabra apresurada. Si sois semejantes a Cristo en las palabras y las acciones, aquellos que se asocien con vosotros serán bendecidos por esa asociación. Las palabras y las obras correctas ejercen una influencia más poderosa para el bien que todos los sermones que puedan ser predicados.—The Youth’s Instructor, 1 de enero de 1903, pp. 4.

Cuidémonos de hablar palabras desanimadoras. Resolvamos no dedicarnos nunca a la difamación y a la crítica. Rehusemos servir a Satanás plantando semillas de duda. Guardémonos de abrigar la incredulidad, o de expresarla a otros. Muchas veces he deseado que pudiera hacerse circular una tarjeta que tenga una promesa solemne de pronunciar únicamente las palabras que son agradables para Dios. Hay tanta necesidad de esta promesa como la hay de una contra el uso del licor intoxicante. Comencemos por disciplinar la lengua, recordando siempre que podemos hacer esto únicamente disciplinando la mente; “Porque de la abundancia del corazón habla la boca”. Mateo 12:34.
Seremos capaces de aprender a controlar la lengua mediante la ayuda que Cristo puede conceder. Aunque él fuera probado severamente en lo que se refiere a hablar palabras airadas y apresuradas, nunca pecó con sus labios. Hizo frente con una paciente calma, a las burlas, a la mofa, y al ridículo de sus compañeros de trabajo, junto al banco de carpintero. En lugar de contestar con enojo, comenzaba a cantar uno de los hermosos salmos de David; y sus compañeros, antes de comprender lo que estaban haciendo, se unían con él en el himno. ¡Qué transformación se realizaría en este mundo si los hombres y las mujeres siguieran el ejemplo de Cristo en el empleo de las palabras!—The Review and Herald, 26 de mayo de 1904.

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