Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias 
a tu diestra para siempre. Salmos 16:11.
 Este 
mundo es nuestra escuela, una escuela de disciplina y preparación. Estamos aquí 
para formar caracteres semejantes al de Cristo, y para adquirir los hábitos y el 
idioma de la vida superior. Las influencias que se oponen al bien abundan en 
todos lados. La evolución del pecado ha llegado a tales niveles de abundancia y 
profundidad, y ha llegado a ser tan abominable para Dios, que pronto se 
levantará en su majestad para sacudir terriblemente la tierra.
Tan astutos son los planes del enemigo, tan aparentemente correctos los 
resultados que producen, que los débiles en la fe no pueden discernir sus 
engaños Caen en las trampas preparadas por Satanás, quien obra por medio de 
instrumentos humanos para engañar, si fuere posible, aun a los escogidos. 
Solamente los que están íntimamente relacionados con Dios serán capaces de 
descubrir las falsedades y las intrigas del enemigo.—Cada Día con Dios, 93.
En este mundo hay sólo dos clases: los que sirven a Dios, y los que están bajo 
el negro estandarte del príncipe de las tinieblas. Mientras estén en este mundo, 
los que entren por las puertas de la ciudad de Dios deben vivir unidos a Cristo. 
Los principios del gobierno divino, los únicos que perdurarán de eternidad a 
eternidad, deben ser seguidos por los que buscan entrar en el reino de los 
cielos. La línea de demarcación entre los que sirven a Dios y los que no lo 
sirven debe mantenerse clara e inconfundible.
Permitamos que Dios controle nuestra mente. No digamos ni hagamos nada que 
desvíe a un semejante del camino recto. Me siento muy triste al pensar cuán 
pocos han experimentado la profunda bendición de estar en comunión con un 
Salvador que ha resucitado y ha ascendido al cielo. Los hombres y las mujeres 
del mundo luchan por la supremacía. Los seguidores de Dios nunca pierden de 
vista a Cristo, y preguntan: “¿Es éste el camino del Señor?” Un santo anhelo de 
vivir la vida de Cristo debe llenar nuestro corazón. En Jesús reside la plenitud 
de la Deidad corporalmente. Colosenses 2:9. En él están escondidos todos los 
tesoros de la sabiduría y el conocimiento.
 ¡Oh, 
si nuestros hermanos pudiesen comprender las ventajas que tendrían si miraran 
siempre a Jesús!... Él es nuestro Alfa y Omega. Al ponernos íntimamente a su 
lado y al mantener comunión con él, llegaremos a ser semejantes a él. Por medio 
del poder transformador del Espíritu de Cristo, cambia nuestro corazón y nuestra 
vida.—(Australasian) Union Conference Record, 1 de febrero de 1904.
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