Lee Elena de White, El camino a Cristo, “La prueba del discipulado”, pp.
57-65.
“Hay quienes han conocido el amor perdonador de Cristo y realmente
desean ser hijos de Dios; sin embargo, reconocen que su carácter es imper-
fecto y su vida defectuosa, y están propensos a dudar de que sus corazones
hayan sido regenerados por el Espíritu Santo. A los tales quiero decirles:
No se abandonen a la desesperación. A menudo tendremos que postrarnos
y llorar a los pies de Jesús por causa de nuestros defectos y errores, pero
no debemos desanimarnos. Incluso si somos vencidos por el enemigo, no
somos desechados, ni abandonados, ni rechazados por Dios. No; Cristo está
a la diestra de Dios e intercede por nosotros. [...] Él desea que te reconcilies
con él, para ver su pureza y su santidad reflejadas en ti. Y si tan solo quieres
entregarte a él, el que comenzó en ti la buena obra la perfeccionará hasta el
día de Jesucristo. Ora con más fervor; cree más plenamente. A medida que
desconfiemos de nuestro propio poder, confiemos en el poder de nuestro
Redentor, y alabaremos a quien es la salud de nuestro rostro” (CC 64).
57-65.
“Hay quienes han conocido el amor perdonador de Cristo y realmente
desean ser hijos de Dios; sin embargo, reconocen que su carácter es imper-
fecto y su vida defectuosa, y están propensos a dudar de que sus corazones
hayan sido regenerados por el Espíritu Santo. A los tales quiero decirles:
No se abandonen a la desesperación. A menudo tendremos que postrarnos
y llorar a los pies de Jesús por causa de nuestros defectos y errores, pero
no debemos desanimarnos. Incluso si somos vencidos por el enemigo, no
somos desechados, ni abandonados, ni rechazados por Dios. No; Cristo está
a la diestra de Dios e intercede por nosotros. [...] Él desea que te reconcilies
con él, para ver su pureza y su santidad reflejadas en ti. Y si tan solo quieres
entregarte a él, el que comenzó en ti la buena obra la perfeccionará hasta el
día de Jesucristo. Ora con más fervor; cree más plenamente. A medida que
desconfiemos de nuestro propio poder, confiemos en el poder de nuestro
Redentor, y alabaremos a quien es la salud de nuestro rostro” (CC 64).
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