Juan Crisóstomo fue criado en Antioquía. Después de una época como monje, pasó de lector a diácono y a predicador en la iglesia en Antioquía.
En el año 388 d.C estalló una rebelión en la ciudad por el anuncio de mayores impuestos. Las estatuas del emperador y su familia fueron profanadas. Los funcionarios imperiales respondieron castigando a los líderes de la ciudad; Flaviano, el líder de la iglesia, corrió a Constantinopla para pedirle clemencia al emperador. En ausencia de Flaviano, Juan predicó con efervescencia sobre el arrepentimiento a la aterrorizada ciudad. A partir de ese momento, su fama como predicador creció. En sus sermones denunció el aborto, la prostitución y la vida licenciosa de sus contemporáneos. A principios de 398 d.C, Juan fue capturado y nombrado, a la fuerza, líder de la iglesia de Constantinopla. Pero en lugar de suavizar sus palabras para su nueva y prestigiosa audiencia, Juan continuó siendo punzante, criticando duramente los abusos de los ricos y poderosos. Pero Juan era coherente, vivió una vida simple, usó su considerable presupuesto familiar para cuidar a los pobres y construir hospitales. Su falta de tacto le generó muchos enemigos. Fue acusado de herejía, expulsado de su cargo y enviado al exilio. Viajando a través de Asia Menor su salud comenzó a fallarle. En la orilla oriental del Mar Negro su cuerpo se rindió y murió. La predicación elocuente y aguda era típica de Juan; y le valió el apodo de Crisóstomo: "boca dorada". Se le considera hoy uno de los mejores predicadores de la iglesia primitiva.
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