lunes, 17 de octubre de 2022

La señal distintiva

 

Lo que caracterizará de un modo peculiar a los adoradores de Dios será su respeto por el cuarto mandamiento, puesto que es la señal del poder creador de Dios y atestigua que él tiene derecho a la veneración y al homenaje de los hombres. Los impíos se distinguirán por sus esfuerzos para derribar el monumento conmemorativo del Creador y exaltar en su lugar la institución romana. En este conflicto, la cristiandad entera se encontrará dividida en dos grandes clases: la que guardará los mandamientos de Dios y la fe de Jesús y la que adorará la bestia y su imagen y recibirá su marca. No obstante los esfuerzos reunidos de la iglesia y del estado para compeler a los hombres, “pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos” a recibir la marca de la bestia, el pueblo de Dios no se someterá. El profeta de Patmos vió a “los que habían alcanzado la victoria de la bestia, y de su imagen, y de su señal, y del número de su nombre, estar sobre el mar de vidrio, teniendo las arpas de Dios” y cantando el cántico de Moisés, y del Cordero. Apocalipsis 13:16; 15:2, 3.

Pruebas terribles esperan al pueblo de Dios. El espíritu de guerra agita las naciones desde un cabo de la tierra hasta el otro. Mas a través del tiempo de angustia que se avecina—un tiempo de angustia como no lo hubo desde que existe nación,—el pueblo de Dios permanecerá inconmovible. Satanás y su ejército no podrán destruirlo, porque ángeles poderosos lo protegerán.

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Los juicios de Dios. El Señor está eliminando sus restricciones de la tierra, y pronto habrá muerte y destrucción, aumento de la delincuencia, y crueles y malas acciones contra los ricos que se han ensalzado contra los pobres. Los que no tengan la protección de Dios no hallarán seguridad en ningún lugar o posición. Los agentes humanos se adiestran y usan su poder inventivo para poner en funcionamiento la maquinaria más poderosa para herir y matar.

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Pronto se producirán entre las naciones graves dificultades, que no cesarán hasta que venga Cristo. Como nunca antes necesitamos unirnos para servir a Aquel que ha preparado su trono en los cielos, y cuyo reino rige sobre todos. Dios no ha abandonado a su pueblo, y nuestra fuerza estriba en no abandonarle a él.

Los juicios de Dios están en la tierra. Las guerras y los rumores de guerras, la destrucción por incendios e inundaciones, dicen claramente que el tiempo de angustia, que se ha de intensificar hasta el fin, está muy cerca.

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