domingo, 10 de noviembre de 2024

Pongamos nuestra confianza en Dios

Cada alma tiene la ventaja de presentar al Señor sus necesidades particulares y de ofrecer sus acciones de gracias personales por los beneficios que recibe cada día. Pero las numerosas oraciones largas, sin vida y sin fe, que se ofrecen a Dios, en vez de ser un gozo para él le son una carga. ¡Oh cuánto necesitamos corazones puros, corazones convertidos! Necesitamos que nuestra fe se fortalezca. “Pedid, y se os dará—tal es la promesa del Salvador;—buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.” Mateo 7:7. Debemos acostumbrarnos a confiar en su Palabra y a añadir a todas nuestras obras la luz y la gracia de Cristo. Debemos asirnos de Cristo y aferrarnos a él hasta que el poder transformador de su gracia sea manifestado en nosotros. Necesitamos tener fe en Cristo si queremos reflejar el carácter divino.

Cristo revistió su divinidad con nuestra humanidad, y llevó una vida de oración y abnegación, sosteniendo cada día una lucha contra la tentación, a fin de poder socorrer a los que hoy son tentados. El es nuestra eficacia y poder. Quiere que la humanidad, al apropiarse su gracia, participe de su naturaleza divina, y así huya de la corrupción que reina en el mundo por la concupiscencia. La palabra de Dios contenida en el Antiguo Testamento y el Nuevo, estudiada con fidelidad y recibida en la vida, comunicará sabiduría y vida espirituales. Debe amársela con un amor sagrado. La fe en la Palabra de Dios y el poder transformador de Cristo capacitan al creyente para realizar sus obras y para vivir gozosamente en el Señor. Repetidas veces, se me ha encargado que dijera a nuestro pueblo: Poned en Dios vuestra confianza y vuestra fe. No dejéis a ningún hombre falible el cuidado de definir vuestro deber. Podéis hacer vuestras las palabras del salmista: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos: en medio de la congregación te alabaré. Los que teméis a Jehová, alabadle; glorificadle, simiente toda de Jacob; y temed de él, vosotros, simiente toda de Israel. Porque no menospreció ni abominó la aflicción del pobre, ni de él escondió su rostro; sino que cuando clamó a él, oyóle. De ti será mi alabanza en la grande congregación; mis votos pagaré delante de los que le temen. Comerán los pobres, y serán saciados: alabarán a Jehová los que le buscan: vivirá vuestro corazón para siempre.” Salmos 22:22-26. Estos pasajes vienen bien al caso. Cada miembro de la iglesia debiera comprender que es únicamente de Dios de quien debe esperarse la comprensión del deber individual. Es bueno que los hermanos se consulten; pero cuando ciertos hombres prescriben exactamente a sus hermanos lo que deben hacer, éstos deben contestarles que han elegido al Señor por consejero. Su gracia bastará a los que le busquen con humildad. Pero cuando una persona permite que otra se interponga entre ella y el deber que Dios le asignó, confiando en el hombre y tomándole por guía, entonces se coloca en un terreno peligroso. En vez de crecer y desarrollarse, perderá su espiritualidad. Ningún hombre tiene poder para remediar sus propios defectos de carácter. Cada individuo debe poner su esperanza y su confianza en Uno que es superior al hombre. Siempre debemos recordar que nuestro auxilio se halla en Aquel que es poderoso. El Señor pone a disposición de cada alma que quiere aceptarla, la ayuda que necesita.

 

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