¿Para qué buscar los defectos?
Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien en humildad, estimándoos inferiores los unos a los otros. Filipenses 2:3.
¡Oh, cuán dura hacen muchos la vida cristiana! Suben por el camino empinado y espinoso, vacilando bajo cargas impuestas, como si tuvieran que remendar los caracteres de otros. ... No experimentan la dulce paz de Cristo. No reciben la ayuda que Jesús les da, sino que continuamente se están lamentando por las supuestas faltas de otros, y pasan por alto las gozosas y benditas señales del bien que hay a todo lo largo de su camino.
Tan pronto como una persona obtiene una conciencia vivida y abarcante de su propia responsabilidad personal delante de Dios, y de su deber hacia sus semejantes, y siente que su influencia es amplia, que se extiende hacia la eternidad, no quedará satisfecha con una norma baja, y no andará buscando las faltas ni criticando a los demás. Hará de su propia vida lo que espera que sea la vida de los demás. Vivirá únicamente en Cristo, dependiendo completa y plenamente de él para obtener todo lo que hermosee el carácter.—Carta 42a, 1878, pp. 1-3.
Deberíamos extirpar de nuestros pensamientos toda queja y toda crítica. No sigamos mirando los defectos que podamos ver. ... Si podemos mantenernos al lado de Dios, debemos continuar contemplando las grandes y preciosas cosas—la pureza, la gloria, el poder, la bondad, el afecto, el amor—, que Dios derrama sobre nosotros. Y en esta contemplación, nuestras mentes se fijarán tanto en estas cosas que implican intereses eternos, que no tendremos deseos de encontrar los errores de los demás.—Manuscrito 153, 1907, pp. 2.
Pensad en el Señor Jesús, en sus méritos y en su amor, pero no tratéis de buscar los defectos y espaciaros en los errores que han cometido otros. Traed a vuestra mente las cosas que son dignas de vuestro reconocimiento y de vuestra alabanza; y si tenéis facilidad para discernir los errores de los demás, aseguraos todavía más de reconocer el bien y de alabar lo bueno. Si os criticáis a vosotros mismos, podéis encontrar cosas tan objetables como las que veis en los otros. Entonces trabajemos constantemente para fortalecernos unos a otros en la fe más santa.—Manuscrito 151, 1898, pp. 13.
Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien en humildad, estimándoos inferiores los unos a los otros. Filipenses 2:3.
¡Oh, cuán dura hacen muchos la vida cristiana! Suben por el camino empinado y espinoso, vacilando bajo cargas impuestas, como si tuvieran que remendar los caracteres de otros. ... No experimentan la dulce paz de Cristo. No reciben la ayuda que Jesús les da, sino que continuamente se están lamentando por las supuestas faltas de otros, y pasan por alto las gozosas y benditas señales del bien que hay a todo lo largo de su camino.
Tan pronto como una persona obtiene una conciencia vivida y abarcante de su propia responsabilidad personal delante de Dios, y de su deber hacia sus semejantes, y siente que su influencia es amplia, que se extiende hacia la eternidad, no quedará satisfecha con una norma baja, y no andará buscando las faltas ni criticando a los demás. Hará de su propia vida lo que espera que sea la vida de los demás. Vivirá únicamente en Cristo, dependiendo completa y plenamente de él para obtener todo lo que hermosee el carácter.—Carta 42a, 1878, pp. 1-3.
Deberíamos extirpar de nuestros pensamientos toda queja y toda crítica. No sigamos mirando los defectos que podamos ver. ... Si podemos mantenernos al lado de Dios, debemos continuar contemplando las grandes y preciosas cosas—la pureza, la gloria, el poder, la bondad, el afecto, el amor—, que Dios derrama sobre nosotros. Y en esta contemplación, nuestras mentes se fijarán tanto en estas cosas que implican intereses eternos, que no tendremos deseos de encontrar los errores de los demás.—Manuscrito 153, 1907, pp. 2.
Pensad en el Señor Jesús, en sus méritos y en su amor, pero no tratéis de buscar los defectos y espaciaros en los errores que han cometido otros. Traed a vuestra mente las cosas que son dignas de vuestro reconocimiento y de vuestra alabanza; y si tenéis facilidad para discernir los errores de los demás, aseguraos todavía más de reconocer el bien y de alabar lo bueno. Si os criticáis a vosotros mismos, podéis encontrar cosas tan objetables como las que veis en los otros. Entonces trabajemos constantemente para fortalecernos unos a otros en la fe más santa.—Manuscrito 151, 1898, pp. 13.