Os ha hecho mejores la religión?
Teniendo vuestra conversación honesta entre los gentiles; para que, en lo que ellos murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, estimándoos por las buenas obras. 1 Pedro 2:12.
Cualquier cosa que seamos en el corazón será revelada en el carácter, y ejerceremos una influencia sobre todos aquellos con quienes nos asociamos. Nuestras palabras, nuestras acciones, son un sabor de vida para vida o de muerte para muerte. Y en el juicio seremos puestos frente a frente con aquellos a quienes debimos haber ayudado en los caminos rectos y seguros mediante nuestras palabras elegidas y consejos, si hubiéramos tenido una conexión diaria con Dios y un interés permanente y vivo en la salvación de sus almas.—Manuscrito 73.
El cristiano no debería conformarse con ser meramente un activo hombre de negocios. No debería estar tan absorbido en los asuntos mundanos como para tener apenas un momento o un pensamiento para la recreación o la amistad, para el bien de los demás, para el cultivo de la mente o para el bienestar del alma. La energía y la diligencia en los negocios son encomiables, pero esto no debiera hacernos descuidar ese amor por Dios y por el hombre que la Biblia ordena.
Nuestra conducta en los asuntos temporales, nuestra conducta hacia el prójimo, es comentada con agudeza y severidad. Lo que decimos en la iglesia no es de tanta importancia como nuestro comportamiento en el círculo del hogar y entre nuestros vecinos. Las palabras amables, los actos considerados, la verdadera cortesía y hospitalidad, ejercerán constantemente una influencia en favor de la religión cristiana.
Que no se dé este testimonio con respecto a nosotros: “La religión no los ha hecho mejores. Son tan sensuales, tan mundanos, tan deshonrados en los negocios, como siempre”. Todos aquellos que llevan este fruto alejan a Cristo en lugar de reunirse con él. Colocan obstáculos en el camino de aquellos a quienes debieran haber ganado para Jesús mediante una conducta consecuente. Es nuestro deber como cristianos dar al mundo una evidencia inequívoca de que estamos obedeciendo el gran mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 19:19), el cual equivale a la regla de oro de nuestro Salvador, que dice: “Todas las cosas que quisierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Mateo 7:12.—The Signs of the Times, 12 de enero de 1882, pp. 20.
Teniendo vuestra conversación honesta entre los gentiles; para que, en lo que ellos murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, estimándoos por las buenas obras. 1 Pedro 2:12.
Cualquier cosa que seamos en el corazón será revelada en el carácter, y ejerceremos una influencia sobre todos aquellos con quienes nos asociamos. Nuestras palabras, nuestras acciones, son un sabor de vida para vida o de muerte para muerte. Y en el juicio seremos puestos frente a frente con aquellos a quienes debimos haber ayudado en los caminos rectos y seguros mediante nuestras palabras elegidas y consejos, si hubiéramos tenido una conexión diaria con Dios y un interés permanente y vivo en la salvación de sus almas.—Manuscrito 73.
El cristiano no debería conformarse con ser meramente un activo hombre de negocios. No debería estar tan absorbido en los asuntos mundanos como para tener apenas un momento o un pensamiento para la recreación o la amistad, para el bien de los demás, para el cultivo de la mente o para el bienestar del alma. La energía y la diligencia en los negocios son encomiables, pero esto no debiera hacernos descuidar ese amor por Dios y por el hombre que la Biblia ordena.
Nuestra conducta en los asuntos temporales, nuestra conducta hacia el prójimo, es comentada con agudeza y severidad. Lo que decimos en la iglesia no es de tanta importancia como nuestro comportamiento en el círculo del hogar y entre nuestros vecinos. Las palabras amables, los actos considerados, la verdadera cortesía y hospitalidad, ejercerán constantemente una influencia en favor de la religión cristiana.
Que no se dé este testimonio con respecto a nosotros: “La religión no los ha hecho mejores. Son tan sensuales, tan mundanos, tan deshonrados en los negocios, como siempre”. Todos aquellos que llevan este fruto alejan a Cristo en lugar de reunirse con él. Colocan obstáculos en el camino de aquellos a quienes debieran haber ganado para Jesús mediante una conducta consecuente. Es nuestro deber como cristianos dar al mundo una evidencia inequívoca de que estamos obedeciendo el gran mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 19:19), el cual equivale a la regla de oro de nuestro Salvador, que dice: “Todas las cosas que quisierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Mateo 7:12.—The Signs of the Times, 12 de enero de 1882, pp. 20.