CUANDO Cristo entró en el lugar santísimo del santuario celestial
para realizar la obra final de la expiación, encomendó a sus siervos el último
mensaje de misericordia que habría de darse al mundo. Esa es la advertencia del
tercer ángel de Apocalipsis 14. Inmediatamente después de esa proclamación el
profeta ve al Hijo del hombre que viene en gloria para segar la mies de la
tierra.
Tal como fue predicho en las Escrituras, el ministerio de Cristo
en el lugar santísimo comenzó al final de los días proféticos en 1844. A ese
momento se aplican las palabras del revelador: "El templo de Dios fue abierto en
el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo" (Apoc. 11: 19). El arca
del testamento de Dios está en el segundo compartimento del santuario. Cuando
Cristo entró allí, para oficiar en favor de los pecadores, el templo interior
fue abierto, y el arca de Dios quedó a la vista. La majestad y el poder de Dios
fueron revelados a quienes por la fe contemplaban al Salvador mientras llevaba a
cabo su obra de intercesión. Cuando la estela de su gloria llenaba el templo,
una luz procedente del lugar santísimo se esparció sobre su pueblo que aguardaba
en la tierra.
Habían seguido por fe a su Sumo Sacerdote desde el lugar
santo hasta el lugar santísimo, y lo vieron invocando su sangre para suplicar
ante el arca de Dios. Dentro de esa arca sagrada está la ley, que fue promulgada
por el Señor mismo entre los truenos del Sinaí, y fue escrita con su propio dedo
en tablas de piedra. Ni un solo mandamiento ha sido anulado; ni una jota ni un
tilde han sido cambiados. Cuando el Altísimo dio a Moisés la copia de su ley,
conservó el gran original en el santuario de arriba. Al examinar sus santos
preceptos, los buscadores de la verdad encontraron en el mismo seno del Decálogo
el cuarto mandamiento, tal como fue proclamado en un principio: "Acuérdate del
día de reposo [sábado] para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu
obra; mas el séptimo día es reposo [sábado] para Jehová tu Dios; no hagas en él
obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu
bestia, ni tu
extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los
cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el
séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó" (Exo.
20: 8-11).
El Espíritu de Dios impresionó los corazones de esos
estudiosos de su Palabra. Se convencieron de que habían transgredido por
ignorancia el cuarto mandamiento al no tomar en cuenta el día de descanso del
Creador. Comenzaron a examinar las razones por las cuales observaban el primer
día de la semana en vez del día que Dios había santificado. No pudieron
encontrar evidencias en las Escrituras de que el cuarto mandamiento hubiera sido
abolido, o de que el sábado hubiese sido cambiado; la bendición que había
santificado en un principio al séptimo día nunca había sido eliminada. Habían
estado tratando honestamente de conocer la voluntad de Dios y ahora, al
comprender que eran transgresores de su ley, el pesar llenó su corazones.
Inmediatamente pusieron en evidencia su lealtad a Dios guardando su santo
sábado.
Muchos y tenaces fueron los esfuerzos que se hicieron para
derribar su fe. Nadie podía dejar de ver que si el santuario terrenal era una
figura o modelo del celestial, la ley depositada en el arca en la tierra era una
exacto transcripción de la ley que se encontraba en el arca en los cielos, y que
la aceptación de la verdad concerniente al santuario celestial implicaba un
reconocimiento de los requisitos de la ley de Dios, y la obligación de guardar
el sábado del cuarto mandamiento.
Los que habían aceptado la luz
relativa a la mediación de Cristo y la perpetuidad de la ley de Dios,
descubrieron que ésas eran las verdades presentadas en el tercer mensaje. El
ángel declara: "Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los
mandamientos de Dios y la fe de Jesús" (Apoc. 14: 12). Esta declaración está
precedida por una solemne y temible advertencia: "Si alguno adora a la
bestia y a su
imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino
de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira" (Apoc. 14: 9,
10). Se necesitaba una interpretación de los símbolos empleados aquí para poder
comprender el mensaje. ¿Qué representan la bestia, la imagen y la marca?
Nuevamente los que estaban buscando la verdad volvieron al estudio de las
profecías.
La bestia y su imagen
Mediante esa primera bestia se representa a la
Iglesia Romana, una organización eclesiástica investida de poder civil, con
autoridad para castigar a los disidentes. La imagen de la bestia representa otra
organización religiosa investida de poderes similares. La formación de esa
imagen es obra de la bestia cuyo pacífico
surgimiento y disposición aparentemente bondadosa hacen de ella un notable
símbolo de los Estados Unidos. Aquí se puede encontrar una imagen del papado.
Cuando las iglesias de nuestro país, al unirse en puntos de fe que les son
comunes, influyan sobre el estado para que imponga sus decretos y apoye sus
instituciones, entonces los Estados Unidos, país protestante, habrán formado una
imagen de la jerarquía romana. Entonces la verdadera iglesia será objeto de
persecución, cómo lo fue el antiguo pueblo de Dios.
La bestia con los cuernos de
cordero ordena que "a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y
esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente; y que
ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de
la bestia, o el
número de su nombre" ( Apoc. 13: 16, 17). Esta es la marca acerca de la cual el
tercer ángel pronuncia su advertencia. Es la marca de la primera bestia, o sea el papado, y por
lo tanto hay que buscarla entre las características distintivas de ese poder. El
profeta Daniel declaró que la Iglesia Romana, simbolizada por el cuerno pequeño,
pensaría en cambiar los tiempos y la ley (Dan. 7: 25), mientras Pablo la
presenta por medio del hombre de pecado (2 Tes. 2: 3, 4), que habría de
exaltarse por encima del Señor. Sólo al cambiar la ley de Dios podía el papado
exaltarse por encima del Altísimo; todo el que a sabiendas se sometiera a la ley
cambiada, estaría rindiendo supremo honor al poder que llevó a cabo el cambio.
El cuarto mandamiento, que Roma ha tratado de poner a un lado, es el
único precepto del Decálogo que señala a Dios como Creador de los cielos y la
tierra, y por lo tanto distingue al verdadero Dios de los dioses falsos. El
sábado fue instituido para conmemorar la obra de la Creación, y dirigir las
mentes de los hombres al Dios vivo y verdadero. Su poder creador se menciona a
lo largo de las Escrituras como prueba de que el Dios de Israel es superior a
las deidades paganas. Si siempre se hubiera guardado el sábado, los pensamientos
y los afectos del hombre se hubieran dirigido a su Hacedor como objeto de
reverencia y adoración, y nunca habría existido ni un idólatra, ni un ateo ni un
infiel.
Esta institución, que señala a Dios como el Creador, es una
señal de su legítima autoridad sobre los seres que creó. El traslado del día de
reposo del sábado al domingo es la señal o la marca de la autoridad de la
Iglesia Romana. Los que, cuando comprenden los requerimientos del cuarto
mandamiento deciden observar el falso día de reposo en lugar del verdadero,
están de esa manera rindiendo homenaje al único poder que lo autoriza.
Un solemne mensaje
La más temible amenaza jamás
dirigida a los mortales está contenida en el mensaje del tercer ángel. Debe ser
un pecado terrible el que acarrea la ira de Dios sin mezcla de misericordia. No
se debe dejar en tinieblas a los hombres con respecto a este importante asunto,
la amonestación contra tal pecado debe darse al mundo antes de la caída de los
juicios de Dios, para que todos sepan por qué se los inflige y tengan la
oportunidad de escapar de ellos.
En el transcurso de esa gran
controversia se desarrollan dos clases de personas distintas y opuestas. Una
"adora a la bestia y a su imagen, y recibe
la marca", y por lo tanto acarrea sobre sí misma los terribles juicios
anunciados por el tercer ángel. La otra, en marcado contraste con el mundo,
guarda "los mandamientos de Dios y la fe de Jesús" (Apoc. 14: 9, 12).
Esas fueron las trascendentales verdades que se abrieron ante los ojos
de los que recibieron el mensaje del tercer ángel. Al recapitular su experiencia
desde la primera proclamación del segundo advenimiento hasta que pasó el momento
esperado en 1844, descubrieron la explicación de su desilusión, y la esperanza y
el gozo animaron nuevamente sus corazones. La luz del santuario iluminó el
pasado, el presente y el futuro, y comprendieron que Dios los había conducido,
mediante su infalible providencia. Entonces, con nuevo ánimo y con fe más firme,
se unieron para proclamar el mensaje del tercer ángel. Desde 1844, en
cumplimiento de la profecía contenida en ese mensaje, la atención del mundo ha
sido atraída al verdadero día de reposo, y un número creciente está volviendo a
la observancia del día santo de Dios