jueves, 29 de enero de 2015

Perdón amplio

Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. Mateo 18:21, 22.
Si el Señor tratara a la familia humana como los hombres se tratan unos a otros, habríamos sido consumidos; pero El es longánime, de tierna compasión, que perdona nuestras transgresiones y pecados. Cuando lo buscamos de todo corazón, lo hallamos...
Cristo carga nuestro pecado, constantemente nos perdona la iniquidad y el pecado. La misericordia, la paciencia, la longanimidad, son la gloria de su carácter. Cuando Moisés oró al Señor diciendo: “Te ruego que me muestres tu gloria”, le contestó: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro”. La pregunta que Pedro dirigió a Jesús le fue sugerida por las lecciones que Cristo le había dado previamente acerca de la disciplina eclesiástica.
Los preceptos judíos imponían a los hombres el deber de perdonar cinco ofensas, y Pedro pensó que al sugerir siete veces había alcanzado con ello el límite de la paciencia humana. Pero Jesús le hizo comprender que quienes tienen la mente divina y están imbuidos del espíritu divino otorgarán el perdón sin límites. El plan y fundamento de la salvación es el amor, y es el principio que debe gobernar a la familia humana. Si Cristo limitara su misericordia, su compasión y perdón a un cierto número de pecados, ¡cuán pocos se salvarían!
Pero la misericordia de Cristo al perdonar las iniquidades de los hombres nos enseña que debe haber un perdón abundante para las ofensas y pecados que nuestros prójimos cometen contra nosotros. Cristo dio esta lección a sus discípulos para corregir los males que enseñaban y practicaban por precepto y ejemplo los que interpretaban las Escrituras en ese tiempo.
El principio que impulsó a Cristo al tratar de recuperar a la familia humana mediante el plan de salvación es el mismo que debe impulsar a sus seguidores en su trato mutuo cuando se relacionan en la iglesia. La lección había de impresionar también sus mentes con el hecho de que no podemos alcanzar el cielo por nuestros propios méritos, sino solamente a través de la maravillosa misericordia y paciencia de Dios, que nos son ofrecidas en una forma que no podemos igualar.
El hombre puede ser salvo únicamente por medio de la maravillosa paciencia de Dios al perdonarle sus muchos pecados y transgresiones, pero los que son bendecidos por la misericordia de Dios debieran manifestar el mismo espíritu de paciencia y perdón hacia los que constituyen la familia del Señor.—Carta 30, del 29 de enero de 1895, dirigida al “Hermano Hardy”.*

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