Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces
perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús
le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces
siete. Mateo 18:21, 22.
Si el Señor tratara a la familia humana como los hombres se
tratan unos a otros, habríamos sido consumidos; pero El es
longánime, de tierna compasión, que perdona nuestras
transgresiones y pecados. Cuando lo buscamos de todo corazón, lo
hallamos...
Cristo carga nuestro pecado, constantemente nos perdona la
iniquidad y el pecado. La misericordia, la paciencia, la
longanimidad, son la gloria de su carácter. Cuando Moisés oró al
Señor diciendo: “Te ruego que me muestres tu gloria”, le
contestó: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro”. La
pregunta que Pedro dirigió a Jesús le fue sugerida por las
lecciones que Cristo le había dado previamente acerca de la
disciplina eclesiástica.
Los preceptos judíos imponían a los hombres el deber de perdonar
cinco ofensas, y Pedro pensó que al sugerir siete veces había
alcanzado con ello el límite de la paciencia humana. Pero Jesús
le hizo comprender que quienes tienen la mente divina y están
imbuidos del espíritu divino otorgarán el perdón sin límites. El
plan y fundamento de la salvación es el amor, y es el principio
que debe gobernar a la familia humana. Si Cristo limitara su
misericordia, su compasión y perdón a un cierto número de
pecados, ¡cuán pocos se salvarían!
Pero la misericordia de Cristo al perdonar las iniquidades de
los hombres nos enseña que debe haber un perdón abundante para
las ofensas y pecados que nuestros prójimos cometen contra
nosotros. Cristo dio esta lección a sus discípulos para corregir
los males que enseñaban y practicaban por precepto y ejemplo los
que interpretaban las Escrituras en ese tiempo.
El principio que impulsó a Cristo al tratar de recuperar a la
familia humana mediante el plan de salvación es el mismo que
debe impulsar a sus seguidores en su trato mutuo cuando se
relacionan en la iglesia. La lección había de impresionar
también sus mentes con el hecho de que no podemos alcanzar el
cielo por nuestros propios méritos, sino solamente a través de
la maravillosa misericordia y paciencia de Dios, que nos son
ofrecidas en una forma que no podemos igualar.
El hombre puede ser salvo únicamente por medio de la maravillosa
paciencia de Dios al perdonarle sus muchos pecados y
transgresiones, pero los que son bendecidos por la misericordia
de Dios debieran manifestar el mismo espíritu de paciencia y
perdón hacia los que constituyen la familia del Señor.—Carta 30,
del 29 de enero de 1895, dirigida al “Hermano Hardy”.*
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