En una visión de la noche me parecía estar repasando en mi mente las evidencias que tenemos para verificar nuestra fe. Vemos que los burladores se hacen cada vez más atrevidos. Vemos que el mundo está trabajando con el fin de establecer mediante la ley un día de reposo falso, y de convertirlo en una prueba para todos. Este asunto no tardará en estar delante de nosotros. El día de reposo de Dios será pisoteado, y en su lugar se exaltará un falso día de reposo. Las leyes dominicales tienen la posibilidad de infligir grandes sufrimientos a los que observan el séptimo día. El desarrollo de los planes de Satanás desatará la persecución contra el pueblo de Dios. Pero los siervos fieles de Dios no necesitan temer acerca del resultado del conflicto. Si quieren seguir las normas establecidas para ellos en la vida de Cristo, si quieren ser fieles a los requerimientos de Dios, su recompensa será la vida eterna, una vida que se mide con la vida de Dios.
En este tiempo nuestro pueblo debería estar empeñado en trabajar definidamente por la edificación del carácter. Debemos desplegar ante el mundo las características del Salvador. Es imposible agradar a Dios sin ejercer una fe genuina y santificadora. Somos responsables individualmente de nuestra fe. La fe verdadera no es una fe que fracasará cuando sea sometida a prueba; es el don que Dios da a su pueblo.—The Review and Herald, 30 de septiembre de 1909.
Si hubo un tiempo cuando hemos necesitado manifestar bondad y cortesía verdadera, es ahora. Puede ser que tengamos que abogar fervorosamente ante los concilios legislativos por el derecho de adorar a Dios de acuerdo con los dictados de nuestra conciencia. Así es como Dios, en su providencia, ha determinado que los derechos de su ley sean presentados a la atención de los hombres que ocupan los cargos de mayor autoridad. Pero cuando estemos delante de esos hombres, no debemos manifestar resentimientos. Debemos orar constantemente en procura de la ayuda divina. Sólo Dios puede retener los cuatro vientos hasta que sus siervos hayan sido sellados en sus frentes.—The Review and Herald, 11 de febrero de 1904.
Mensajes Selectos Tomos II, pp.230, 231.